Segundo escrito

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Descenso a la verdad

Los progresivos pasos de un alma desesperada retumbaban por los sinuosos callejones de la ciudad que tanto odiaba, de aquel lugar donde tan cruelmente la vida le había tratado. Sin rumbo, perdiendo el sentido de la razón y lleno de angustia y sufrimiento, avanzaba lentamente mientras los ligeros sonidos de una lenta y siniestra canción se hacían eco desde lo más profundo del pavimento, casi como si emergiera de la tierra, de un lugar inhóspito e inexplorado de su hogar.

Instintivamente hizo lo imposible para averiguar su providencia. Empezó a rebuscar por las paredes pegándose a ellas, se arrastró por el suelo hasta intentar percibir de dónde salía la música en un mayor volumen. Su angustia creció por momentos y en el instante que no pudo encontrar un lugar donde la música se escuchase más alta, inspeccionó la zona, que en aquel momento consistía en una pequeña plazoleta con una fuente y unas pequeñas farolas llenas de óxido, en busca del acceso subterráneo más cercano. Finalmente, encontró la pequeña tapa de una alcantarilla y sin dudarlo se introdujo en ellas.

Las alcantarillas eran un lugar desconocido para él, pues siempre había intentado evitarlas a modo de lo posible debido a los malos rumores que había escuchado sobre ellas, aunque también por cierto sentido común. Casi se podía sentir en el paraíso cuando sus oídos percibieron cómo la música se hacía presente en cada esquina de las cañerías inundando la estancia con un ambiente de lo más tétrico. A pesar de todo, dio un paso al frente, y tras éste, otro, siguiendo la oscura y mansa melodía.

Llegó un punto que no veía absolutamente nada, tan solo negrura. Y, aun en falta del sentido de la vista, pudo por primera vez en mucho tiempo sentirse reconfortado, allí en lo más recóndito de las profundidades de su ciudad, de aquella que tanto odiaba. Disfrutando cada segundo que pasaba, decidió no pensar en nada de modo que se sentó y esperó. Permaneció allí, solo y perdido en las entrañas del abismo, donde no solo lo que percibía era oscuro, sino que también notaba cómo su interior poco a poco se iba consumiendo en ella, en la oscuridad.

Y cuán gratificante era.

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