Ojos mirando al horizonte con la esperanza de encontrar el alba que termine con su anochecer.
Luz trémula ilumina cada rincón, extinguiéndose cuando el día ya termina. Sentada al pie de un árbol moribundo la Vida se encontraba mirando desalentada al día que entonces terminaba.
"Divertida ironía", pensaba la Vida con desaliento, pues la luz brillaba más cuando la oscuridad iba en aumento.
La Vida esperó mientras hojas caían en su blanca faz y sus dulces mejillas al contacto con ellas se estremecían. Al árbol moribundo ya nada le impedía su deseo y a la Muerte finalmente cedía.
La oscuridad ya llegaba y la presencia de la Muerte ya se denotaba. La Vida estaba asustada y corriendo hacia el horizonte, ya del árbol se encontraba alejada. A medida que la noche se hizo paso, al miedo la Vida intentó no hacer caso.
Al ver que la Vida se perdía, la Muerte cruelmente se reía y de su fría voz la Vida se escondía, durante la larga y oscura noche, la cual no terminaba, el amanecer no se acercaba.
La Vida se rindió y cansada, en el suelo se durmió, con la esperanza de que al comienzo del nuevo día, la Muerte su vida permitiría. De modo que cuando la Muerte contempló en el suelo a la aterrorizada Vida, cruelmente no la mató, no por consuelo, si no porque la Vida se vería obligada a pasar otro día en vida desalentada, pues en definitiva la vida no es más que muerte, la luz es oscuridad y la alegría tan solo una falsa tristeza, y a su vez, al final del siguiente día la Muerte podría disfrutar de otra velada en la que a la Vida podría aterrorizar. De modo que a su despertar, cuando la luz volvía a iluminar, la Vida, ingenua e ilusionada, resultó engañada y su día volvió a empezar.
Y así continuaría, día tras día, hasta que un momento llegaría en el que la Muerte, aburrida, con la Vida terminaría, o a pesar de todo, ella repararía en una teoría, que su vida es lenta agonía y con ella misma acabaría y finalmente su luz se extinguiría.
