El viento soplaba con fuerza desde lo más profundo del bosque; golpeaba las hojas que susurraban historias de terror a quienes eran suficientemente valientes como para adentrarse en las sombras de los árboles. El cielo nublado tapaba la poca luz proyectada por la luna llena sobre el campamento. Las tiendas se distribuían alrededor de la fogata. Una espesa tiniebla que podría perder a cualquiera que pensase atravesarla se extendía por todos lados. El sonido de la madera ardiendo era tranquilizador, los insectos nocturnos le hacían coro a la preciosa noche, y de vez en cuando, un conejo asustado atravesaba un arbusto haciendo que los jóvenes acampantes respingaran de pronto.
Mackdum observaba perdido el bailar de las llamas frente a él, distrayéndolo de las idioteces que a sus compañeros se le ocurrían. No era buena idea jugar a quién se adentra más en la penumbra, pero por más que quiso no pudo hacérselos entender.
"Los miedos se aprovechan de la oscuridad para personificarse. Al ser los hijos de pesadillas pueden tomar la forma que sea", le escuchó decir a su abuelo en algún recuerdo lejano de su infancia; siempre le hablaba sobre leyendas de fantasmas, demonios y monstruos.
A pesar de que su familia era fiel creyente de las supersticiones, a Dum nunca le habían preocupado, pero, si de seres sobrenaturales se trataba, no podía ignorar el palpitar desenfrenado de su corazón.
Una fría brisa le recorrió la espalda, erizándole el vello de los brazos y la nuca. Levantó la vista alerta de un crujido de hojas secas proveniente del otro lado de la fogata.
Sacudió la cabeza, decepcionado. «No seas cobarde» se dijo. Ya empezaba a ponerse nervioso.
A su izquierda las hojas se movieron... ¿era su imaginación o le pareció ver una cola? A su derecha unos cuervos salieron volando, asustados de quién sabe qué. Volvió a desviar su mirada hacia el frente, el mismo sonido de las ramas secas partiéndose, lo atormentaba de nuevo.
Se levantó del tronco con la respiración pesada y sus ojos volando en todas direcciones en busca de la amenaza. Izquierda, derecha, nada. Los sonidos de la fogata fueron remplazados por los fuertes golpes de su corazón. Se pasó los dedos por la frente solo para comprobar lo que ya suponía, estaba sudando.
¿Dónde estaban los imbéciles de sus amigos?
Una rama se rompió, y la dirección de la que vino lo dejó paralizado. Su sexto sentido podía percibir los ojos que lo observaban desde atrás. Sabía que aún le latía el pecho, pero ya no podía escuchar nada más que un pitido. Su mente le decía que corriera, se diera la vuelta, algo, pero no pudo reaccionar.
Unas manos lo jalaron de los hombros con fuerza, haciéndolo liberar un estruendoso grito. Sus brazos reaccionaron dando un golpe a lo que sea lo que tuviese agarrado.
Un chico bajo y delgado se tapó con las manos su ojo izquierdo. Llevaba puesto un buzo y camiseta sin mangas holgada. Detrás de él salieron otros tres chicos riendo a carcajadas de la situación.
—¡No vuelvas a hacer eso idiota! —Gritó Dum, enojado.
—Hombre, no es para tanto. —Respondió el chico aun comprobando que su ojo estaba en el lugar correcto.
—Tranquilo princesa, solo quisimos jugar un rato. —Dijo su mejor amigo Ben, mientras caminaba hacia él. —¿Te asustamos amor mío? —Bromeó con puchero sarcástico en los labios, tomándole la cara con sus manos.
—No me toques. —Ordenó apartándole las manos con agresión. Dio media vuelta y se volvió a sentar.
Más risas estallaron a su espalda mientras empezaban a caminar hacia la fogata. Todos tomaron asiento en los troncos repartidos alrededor. Ben con la cara enrojecida de diversión lo miró y volvió a reventar en carcajadas. Él era de estatura promedio, fornido, siempre llevaba el mismo corte que le exigían en su trabajo, y su piel era clara.
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Relatos bajo la luna de sangre
De TodoRelatos cortos para una tarde silenciosa Portada ilustrada por @Unic_Majo