Tres horas antes de que salga el sol

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Luego de crecer acompañado por cuentos de fantasía y romances de caballeros, era natural que Arthur cayera enamorado de la idea de que existían realmente las almas gemelas y encontraría la suya cuando creciera.

Usualmente el concepto era complicado de explicar a los más pequeños en Picas, la mayoría estaban demasiado ocupando armando juegos y travesuras como para pensar en un alma gemela.

Pero Arthur era diferente, desde que su mamá le contó sobre esa alma gemela que estaba destinado a gobernar el Reino junto a él, su imaginación usualmente alta derrapó por los cielos igual que una golondrina. Pasaba días enteros leyendo historias sobre lugares encantados con romances trágicos, pensando y suspirando sobre esa alma gemela que todavía no tenía rostro.

—¿Tu alma gemela sería algo así como tu compañero de juegos? —El hijo de la duquesa, Alfred, ladeó la cabeza sosteniendo todavía su balón y mirándolo con curiosidad.

Arthur solo blanqueó los ojos sin saber por qué tenía que pasar tiempo con alguien como Alfred. Su mamá había dicho que intentara llevarse bien con él porque era el hijo de una buena amiga suya, pero ni siquiera eran de la misma edad. Alfred solo insistía en que jugaran y Arthur ya había cumplido diez. No estaba para juegos.

—Supongo que para ti lo sería. Ya que las almas gemelas comparten la misma esencia, me imagino que es alguien parecido a ti.

—¿Entonces tu alma gemela lee muchos libros? —puntualizó acercándose para mirar lo que Arthur estaba leyendo. Parecía asustado.

Parpadeó y luego se fijó en la imagen del cuento que estaba viendo Alfred. La historia de dos amantes que fueron separados por la muerte. Uno de ellos entonces bajó a negociar con la Dama del Lago para que no se llevara el alma de su amada. A escondidas de la Luna, se podía ver a una mujer envuelta en una capa estirando una mano esquelética hacia un joven príncipe. Se apresuró a cerrar el libro.

—Supongo que sí—murmuró muy despacio y por lo bajo.

Alfred se quedó de pie pensativo, pero después cambió de tema.

—Vamos a jugar.

—No quiero Alfred. Estoy ocupado.

El niño arrugó los labios en una mueca. Imaginaba que no estaba acostumbrado a que le negaran algo. Pero en lugar de armar un escándalo o quejarse, cruzó las piernas y se sentó a su lado. Por la ventana de la biblioteca del palacio se traslucía un mar cristalino.

—Entonces, ¿me cuentas una historia? Debes saber muchas.

Arthur lo miró de soslayo algo incrédulo porque él no parecía ser el tipo de personas que se sentara a escuchar una historia con calma.

—Como desees. ¿Qué historia quieres que te cuente?

—¡Una que tenga un final feliz y no de miedo!

Arthur no iba a negar que estaba pensando contar la historia que le descubrió leyendo y terminaba con la Dama del Lago negándose a aceptar el dinero y llevándose las dos almas de los amantes. Se rio suavemente con una sonrisa asomando en sus labios.

—Está bien.

-.-.-.-.-.-.-

Alfred no resultó ser tan mala compañía. No le molestaba que hablara de historias con hadas y duendes ni tampoco que lo hostigara con todo respecto a su alma gemela. A diferencia de sus molestos hermanos mayores, Alfred realmente se sentaba a escuchar todo lo que tenía que decir como si fueran verdades absolutas. No lo ignoraba con una mirada gélida como Scott. Con Alfred, entendió ligeramente el sentimiento de tener un hermano menor que lo acompañara y lo admirara en todo sentido. Arthur estaba en secreto emocionado por eso.

Querida alma gemela (usuk)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora