Sesenta segundos a la luz de una luna

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Era una noche sin estrellas cuando Alfred murió.

Frente a él se extendía un camino serpenteante hasta el horizonte. Sus pies se movían y su mente flotaba sin pensar en los contextos como si estuviese en un sueño donde el soñador no se preguntaba ¿por qué? O ¿esto tiene sentido? Simplemente lo vivía ignorante mientras caminaba. Más allá de la colina se encontró con un largo lago custodiado por montañas. El agua dormía templada bajo el reflejo de la luna y un cielo sin estrellas.

Alfred notó la suave canoa que se mecía en una orilla. Un encapuchado estaba allí esperándolo. Al escuchar sus pasos dejó de apoyarse en la madera y estiró la mano.

—¿Tienes una moneda?

Iba a decir que no pero entonces sintió un peso sobre su palma y al abrirla se dio cuenta que de hecho sí tenía una moneda con las insignias de los cuatro reinos en ella. Se la entregó.

Asintiendo, tomó el remo y se sentó indicando a Alfred que también lo hiciera. Obedeció y mientras las aguas de aquel lago lo alejaban de la orilla, un sentimiento empezó a oprimir su pecho, como si estuviese dejando algo importante allá en la orilla. Una nostalgia con sabor extraño y desconocido le hizo apartar la mirada y mejor observar a su acompañante. Aunque la capucha era una túnica negra que cubría la mayoría de sus rasgos, a la luz de la luna se deslizaban los rasgos de una dama.

—¿A dónde vamos? —preguntó al darse cuenta que no era un camino recto sino uno por el que ella estaba remando hacia otra orilla.

No respondió. Solo cuando la canoa se deslizó por un cauce abovedado por árboles frondosos el remo se detuvo. Las sombras que tejían las ramas sobre ellos los escondían de la mirada de la luna.

—Aquí la luna no nos verá ni escuchará—susurró.

Iba a preguntar, pero entonces la dama de la noche levantó su capucha y aunque la luz era tenue pudo ver aquel rostro que le resulto tan extrañamente familiar pero no sabía porqué no podía recordarlo. 

Jadeó olvidando cualquier pregunta que estaba por hacer. Parpadeó siendo más consciente de repente de todo como si el agua hubiera empapado su rostro. Se sostuvo del filo sintiendo la madera bajo sus dedos, podía escuchar el murmullo del agua y el suave roce de las ramas sobre ellos. ¿Dónde estaba? ¿Por qué estaba allí? ¿No estaba en la plaza? ¿Él había...

—Espera, Alfred, no temas —Alcanzó su mano y sus ojos se encontraron con una mirada autoritaria—. Sé que tu mente debe estar muy atormentada ahora, pero necesito que la mantengas clara. Una vez que empiezas a angustiarte en un lugar como este, no vuelves a salir.

La miró una vez más y luego cerró los ojos, sus pulmones tenían el instinto de tomar un suspiro, y lo hizo, aunque en ese momento no supiera que no necesitara hacerlo. Su mirada celeste se abrió de nuevo.

—Eso. Muy bien. Solo mantén tu mente clara. —Su voz se escuchaba clara y serena—. ¿Sabes qué significa que estés aquí?

—Yo... —Titubeó sin saber si todo con sabor onírico se trataba de un sueño. Le había entregado una moneda y ahora estaba en una canoa—, ¿morí?

Al ver su rostro consternado con la confusión y el miedo nublando sus ojos, una sonrisa se extendió por el rostro de la dama.

—Normalmente las almas son ambiciosas, con cosas pendientes, con sed de venganza o demasiado rencorosas para venir aquí directamente, antes de eso tienen que pasar por un consenso, en el que se decide si morirá o se le dará una enmienda, pero ¿qué hay de ti, Alfred? —Su sonrisa era triste y cariñosa—. Tu alma estaba tan limpia que simplemente llegó hasta aquí como si no costara a otras almas un montón de vueltas en el purgatorio llegar a este punto.

Querida alma gemela (usuk)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora