Una hora antes del mediodía

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La casa de Alfred comenzó a hacerse un lugar recurrente de visitas. Aunque no se salvó de la reprimenda por irse sin avisar, su madre fue la primera en entender las razones y ablandar a su padre sobre su permiso para visitar al hijo de la Duquesa.

 Arthur en palacio no solía participar mucho en cuestiones domésticas, pero en la casa de Alfred no pudo soportar ver tanto desorden y suciedad escondiendo la belleza de la residencia de Blueville. Los primeros días descubrió que podría ser divertido llenar de espuma los salones de baile y dejar brillando los ventanales grandes del comedor. Le daba una sensación de realización y limpieza que calaban en su vena perfeccionista. Sin embargo, después empezó a ser agotador y entendió porqué Alfred no se molestaba en limpiar de cabo a rabo un lugar tan grande.

—Príncipe Arthur, gracias por honrarnos con su compañía—La madre de Alfred lucía siempre radiante a pesar de estar reposando en su cama. Sus mejillas seguían siendo color vivo y su sonrisa brindaba calidez al que se acercase—. Me hace sentir menos preocupada ver a Alfred acompañado.

—¿Él suele pasar aquí solo? —instó sentándose en la banca frente a su cama.

La habitación a pesar de tener un ventanal con vista al jardín, resultaba muy sombría a los ojos de Arthur.

—Mucho del tiempo, sí. Le digo que estoy bien y que salga cuando hay invitaciones, pero se niega a ir sin mí. Solo a veces cuando la invitación viene de Palacio se va por un corto tiempo antes de regresar rápido.

Arthur recordó las ocasiones en las que invitaba al té a Alfred a veces solo por el capricho de tenerlo cerca, y su corazón empezó a hundirse con pesadez ante eso.

—No se entristezca por eso, Príncipe Arthur. Me hace feliz que Alfred reciba las cartas al menos de palacio.

 —Yo...yo...—Él no solía ser una persona que se quedase sin palabras, pero encontraba angustiante la facilidad con la que la madre de Alfred desvelaba sus pensamientos y sonreía a pesar de que la situación era tan desfavorable. Estar enfermo, con solo un hijo y una casa que poco a poco se estaba desmantelando no debería ser un motivo de sonrisas—, ¿Cómo puede usted..?

Su pregunta se terminó por deshacer, pero como se lo esperaba, ella lo entendió.

—Mi abuela una vez me dijo "Si hay una tormenta afuera no dejes que alcance  tu corazón" Si uno carga angustia en su corazón no podrá hacer frente a la tormenta y solo servirá para angustiar a los demás.

Arthur no volvió a preguntar, solo bajó la mirada a su regazo pensando en sus palabras. Para alguien que se dejaba arrastrar por las tormentas sintiendo demasiado antes de pensar, una cualidad así le parecía sorprendente y admirable.

—Ma, ¿quieres galletas? —Apareció Alfred empujando la puerta con un puntapié y las manos ocupadas sosteniendo una bandeja.

—¿Hm? —Volteó a verlo con ojos curiosos—, ¿tú las preparaste?

—Oh no, Arthur me ayudó.

—Yo me ofrecí. —se adelantó a decir mandando una mirada de advertencia a Alfred por delatarlo.

 Se supone que no debería contarse que estaba haciendo otra cosa más que compañía, puesto que si llegaba a oídos del palacio que el príncipe de Picas había estado limpiando y cocinando galletas en una residencia de Blueville, le iba a dar un ataque a su madre.

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Arthur le propuso a la madre de Alfred visitar el jardín de vez en cuando. No quería imaginar lo que era permanecer todo el día dentro del cuarto. A ella le encantó la idea y con su ayuda, la llevó hasta la parte posterior de la casa donde se derretía el verde bajo el sol y soplaban algunos pétalos de primavera. La tarde era de un azul claro que anunciaba un buen día.

Querida alma gemela (usuk)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora