Capítulo VIII

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Damas y caballeros bienvenidos a París, Francia. Hora local nueve con treinta de la mañana. Temperatura 10 grados centígrados —exclamó por el micrófono una de las azafatas.

Jack se preparaba para recoger su equipaje de bolsillo, con la sensación de que su viaje había sido mucho más breve que el anterior. Y claramente lo fue, solo invirtió unas cuantas horas de la mañana en trasladarse de Madrid a París. El horario no había cambiado ni un poco, a diferencia de como sucedió desde América a Europa. Fue muy callado y calmado, pero lo que sí percibió totalmente distinto fue el clima, aun dentro del famosísimo Aeropuerto de París: Charles de Gaulle, Jack sintió que se congelaba. Seguramente a Madrid se le había retrasado el frío, porque eran contrastes muy distintos.

Jack frotaba sus manos con la esperanza de que el frío cesara, realmente el clima lo estaba torturando, así que de inmediato fue en busca de sus maletas porque ahí se encontraba su suéter. Aparentemente eso se convirtió en su principal prioridad, así que tomó un tren para agilizar la transición hacia la sala de equipajes.

Luego de llegar a la sala principal para recoger sus maletas, revisó que todo estuviese en orden y siguió caminando, no llevaba un rumbo definido. Al parecer las señales que el aeropuerto se había molestado en poner por todas partes, no le sirvieron de nada. Jack no poseía mucha capacidad de orientación, le hubiese sucedido lo mismo en el aeropuerto Barajas si Melissa no hubiese sido su compañía y su guía, de todas formas, no estuvo del todo mal haberse perdido, ya que llegó a una parte del aeropuerto con la apariencia de un centro comercial y allí se encontró con una sucursal del banco en el que había depositado su dinero. Así que, como consecuencia de haberse perdido y para no desperdiciar más el tiempo, le pareció una buena idea extraer su dinero.

Mientras buscaba su documentación, tuvo un momento de duda, en la que se puso a pensar si sacaba todo el dinero de su cuenta o no, Jack jamás había dejado su dinero en manos de un banco. Quizás es por una experiencia que observó muy de cerca, fue un percance que tuvo su padre ya hace algunos años, por eso lo mantuvo siempre en una caja fuerte. Finalmente terminó extrayendo todo de una sola vez, tanto incursionó lo que decía su padre de los bancos que terminó influyéndolo.

Cogió camino hacia la salida y toda su concentración la depositaba en formular la manera más correcta de comunicarse. En esta ocasión debía hacerlo con un taxista, ya que se dirigía al centro de París. Vio un taxi fuera del edificio, como si lo estuviese esperando. Arrastró con más fuerza sus maletas, aligeró su paso, provocando que la piel de su cara recibiera una fría corriente de aire. Alcanzó el taxi y lo que terminó diciendo fue lo siguiente:

—Disculpe señor, necesito ir al Centro de París ¿puede llevarme? —el taxista asintió— ¿conoce alguna escuelas de arte? —añadió, esforzándose en mantener su francés en una calidad aceptable.

—Sí, sé a dónde ir —respondió el taxista simultáneamente.

—Perfecto —agregó Jack satisfecho, mientras entraba en el taxi.

Al momento en que el taxi inició la marcha, sintió un leve dolor en su estómago, tal vez eran los nervios quienes comenzaban a aparecer o quizás era esa enorme emoción que había permanecido acallada en sus adentros.

Pasaron algunos minutos desde que el taxista inició la marcha hacia el centro de París, Jack nunca se había sentido tan a gusto dentro de un taxi, hasta ahora que lo protegía del insoportable clima. Realmente no estaba nada acostumbrado a temperaturas tan bajas, comenzó a preguntarse cómo haría para sobrevivir al frío y cuánto tardaría en adaptarse. Su mente saltó de una idea a otra, hasta que logró fijar sus pensamientos en algo que realmente le resultaba más preocupante, y es que teniendo tanto tiempo sin coger un lápiz, tanto sin crear un mísero dibujo ¿realmente podría sobrellevar estas clases que es el único motivo importante para estar en París? ¿Qué haría luego de darse cuenta que el tiempo había hecho de él un inútil para la pintura? No encontró una respuesta favorable, así que evitó de inmediato todo aquello que se le venía a la cabeza y se enfocó más en los sorprendentes edificios con estructuras que pertenecían al pasado, capaces de transportar a una persona en el tiempo. Arquitecturas que sin duda rozan la magnificencia y que alimentan la belleza de París.

Prohibido enamorarse en París.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora