Capítulo I

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Y ahí estaba Jack Collins en el mismo asiento de siempre, aparentemente prestaba atención a su clase de francés, pero realmente no se encontraba ahí. Su mente había quedado atrapada en un estanque de recuerdos que lo sumergían en lo más profundo de sus pensamientos.

Él tiene algunas ideas en su cabeza que no lo dejan tranquilo. Le preocupa que poco a poco, se quede en un estado estático, que no le permita avanzar, que lo deje cada vez más lleno de frustración, pues consiente que no hace nada interesante, nada que lo haga sentir vivo. Así que está contra la espada y la pared, si no percibe ningún cambio repentino, posiblemente el fracaso podría apropiarse de su vida. También piensa que todo lo que está haciendo no lo lleva hacia ninguna parte. Asume que por más que se esfuerce en cambiar, si no le da vuelta a la página, no podrá llegar a un capítulo en el que se sienta verdaderamente satisfecho.

Ya está harto de seguir en una realidad que hasta ahora no le ha aportado emociones, placer y mucho menos felicidad; ha dejado que su vida se hunda en un enorme océano de aburrimiento, que lo ahoga minuto a minuto... Está cansado de mantener una monotonía que lo ha atormentado ya por varios meses. Se ha comenzado a rebalsar el límite de su paciencia. Ya no puede soportarlo más, así que piensa que ya es suficiente. Es el momento de tomar las riendas de su vida y hacer que siga su curso, que busque un nuevo norte, uno distinto al que hasta ahora sigue perdido junto a ese amor que anteriormente lo había llevado muy lejos. Aunque esta vez tenga que conseguirlo de una manera totalmente impulsiva.

Minutos después de que su profesora de francés anunciara el final de la clase, un chico que estaba sentado al lado de Jack le tocó el hombro y le preguntó:

—¿Piensas quedarte aquí?

—¿Qué? —contestó Jack mientras levantaba su cabeza para ver quién era.

—Sí, date cuenta por ti mismo, todos se han ido ya —Jack vio a su alrededor y de hecho ya no había nadie.

—Oye, te lo agradezco mucho, pero no tenías por qué despertarme...

—¿Estabas dormido? —le cuestionó con un gesto de desaprobación y moviendo su cabeza, mostrándole resignación.

—No realmente, solo estaba pensando un poco... Pero en serio, muchas gracias. Ten un buen día —concluyó cortante y apenado por la estúpida respuesta que le había dado.

Así que en seguida, recogió sus bolígrafos, al mismo tiempo cogió un cuaderno —que ni siquiera se había molestado en abrir—, los guardó en su mochila y salió del salón de clases apresurado.

Era un jueves de otoño extremadamente frío, aunque a la vez había un sol que brillaba muy fuerte. Su clase iniciaba a las once de la mañana y terminaba a la una. En esta ocasión su catedrática los había sacado a las doce con cuarenta y cinco, para su suerte antes de lo habitual.

La rapidez con la que caminaba por los pasillos era abrumadora. Parecía que no le importaba nada, lo único que quería era salir lo más rápido posible de ahí.

Llegó a la parada de autobuses y tomó el primero que lo llevara lo más cerca de su casa. Los minutos corrían, se mostraba impaciente, cualquiera podría percibirlo. Mantenía un constante movimiento en su pierna derecha; se le hacía imposible dejar en un solo puesto sus manos, giró su cabeza, se aproximó hacia la ventana y vio como poco a poco se alejaba de la universidad.

Luego de aburrirse al ver decenas de casas, almacenes y edificios; Jack sacó una revista de su mochila, la había pedido su maestra de francés, para conocer un poco más sobre Francia. Era el quinto tomo de una revista llamada El Mundo, la cual traía como portada La torre Eiffel, que le daba un especial realce a la misma. Jack abrió la revista y se situó en un artículo titulado: «Arte y Cultura parisina». Este artículo mostraba otra foto de la torre, que abarcaba la mitad de la página. Debajo del título y a la par de la fotografía decía lo siguiente:

Prohibido enamorarse en París.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora