Cinco

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Siglo XVII

El reino estaba de celebración aquel día. 

Las personas iban y venían con alegres sonrisas mientras otros cuantos se encargaban de colorear las calles con hermosas decoraciones y música exquisita. Pues sólo una vez al año se permitía tal fiesta en que todos eran bienvenidos al castillo para celebrar el cumpleaños del príncipe. 

Ese año en particular, el joven cumpliría 18 años, por lo que estaba más cerca de convertirse en adulto y, por ende, más cerca de heredar el trono. 

Todos conocían al príncipe, un joven amable y considerado con su gente que, aseguraban, sería un perfecto rey algún día. Sería alguien justo y gentil que sabría como manejar al reino sin ser cruel ni tirano. 

Sí, el futuro del reino estaría bien asegurado con el príncipe que tenían. ¿Qué podría salir mal? 

MerciMonsieur Ramier, que tengáis un buen día.

El hombre sonrió al joven antes de tomar su pequeño instrumento y levantar su sombrero como cordial despedida. 

—Vaya que será un día perfecto. ¿Iréis a la celebración de esta noche, Monsieur Couffaine? Todo el reino estará ahí. Es probable que logréis salid con esposa y dote asegurado —el hombre se echó a reír y el muchacho le otorgó una media sonrisa incómoda en cambio. 

Aquella conversación era usual cuando era él quien atendía a los clientes. No faltaría el que sacara el tema a relucir o hasta quienes le ofrecían a sus hijas en matrimonio. 

Aunque, últimamente, parecía más frecuente que antes. Quizá se debiera a la edad y el temor de las muchachas por quedarse solteras. 

Él nunca les contestaba mal y se limitaba a sonreír para no verse grosero, pues no podía simplemente decir que no estaba interesado o podrían juzgarle mal. 

—¿Ya venís a incordiar a mi muchacho, Ramier? —La voz detrás le sorprendió, haciéndole respingar. Su madre apareció con gesto adusto y ambas manos sobre la cadera—. Os preocúpese por sí mismo. Que de buen lugar he oído que vuestra última esposa le ha dejado sin dinero, sin casa y hasta sin calzado. Los jóvenes, jóvenes son, pero los viejos... no les quedáis más que vergüenza y a unos ni eso. 

El aludido desvió la mirada, apenado. Se inclinó para despedirse, afianzándose del sombrero y salió escurrido por la puerta, no deseando volverse a la mujer.

El azabache observó a su madre mientras se acercaba a limpiar un estante con panderetas apiladas. Le agradeció con un beso en la mejilla y ella le sonrió con amplitud antes de cambiar su gesto a uno más preocupado. 

Suspiró—. Prometí que os apoyaría en vuestra decisión, Luka, pero ¿estáis realmente seguro de no desposar a ninguna de las muchachas del reino? Mirad que todas son bellas y virtuosas, ¿no hay ni aun una que sea de vuestro gusto? 

El chico se encogió de hombros, sintiéndose mal por no poder corresponder los deseos de su madre por casarse y formar una familia, pero él ya había tomado una decisión hacía tiempo y se prometió serle fiel hasta el final. 

—Perdonadme, madre, por entristecedla de esta manera, pero mi elección he tomado y no hay nada más que podéis hacer.   

Ella asintió, rendida, sabiendo que sus alegatos serían en vano con aquel hijo que había heredado la terquedad que a ella tanto la caracterizaba. 

Ángel de la muerte (Lukadrien)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora