Uno

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"Siempre he odiado mi empleo".

Ese pensamiento me persigue cada que vengo aquí. Cada que traigo a alguien nuevo y cada que sirvo el té.

Nunca sé que tipo de persona será, me he encontrado de todo un poco.

Fríos, calientes, tibios. Nadie es por completo negro ni blanco. Son grises, teñidos de virutas claras u oscuras dependiendo de sus actos.

No hay una edad para venir aquí ni un género predominante. Es curioso, pero incluso las clases sociales pierden su valor cuando llegan a este lugar.

Los secretos son revelados y los pecados se castigan con severidad. No hay nada que hacer, salvo aceptar lo que le toca a cada uno.

Observo al muchacho frente a mí que parece dubitativo, sus manos tiemblan con ligereza en el agarre de sus pantalones y su mirada se halla gacha, temerosa.

Tiene miedo de irse, pero no de la muerte.

Puedo ver la vida por la cual se ha desgastado. Sus estudios, su empleo y su madre discapacitada que quizá no se percate de su ausencia en medio de la demencia.

No desea quedarse por él mismo, sino por ella. Sabe que apenas cruce al otro lado, no volverá a verla y le preocupa lo que sucederá de ahí en más.

Es tan transparente y muy noble.

Suspiro por lo bajo, para que no me escuche. Acerco el té a él y, finalmente, levanta la vista hacia mí.

—¿De verdad... he muerto? —pregunta con ojos llorosos. Es la quinta vez que lo hace.

Asiento, con paciencia.

Esto suele pasar a veces, las personas no aceptan con facilidad que les ha llegado la hora. Tardan en procesar lo ocurrido y hay quienes se niegan a seguir el camino que se les ha impuesto.

—Max Kanté, 18 años. Motivo de muerte: accidente automovilístico —vuelvo a leer la blanca tarjeta que me fue entregada esa mañana—. Tuviste un mal día y no volteaste a los lados antes de cruzar. Un coche te impactó y estás muerto.

Él aprieta su agarre y se echa a llorar de nuevo. Se mantiene renuente por un breve instante pero no tarda en tomar la taza y mirarla con detenimiento.

—¿Qué sucederá con mi madre? ¿Estará bien?

—Lo estará. Alguien velará por ella, tardará un poco en reunirse contigo pero volverás a verla antes de tu próxima vida.

El chico asiente reiteradas veces, se limpia las lágrimas con el dorso de la manga y bebe el té de un trago.

Sonríe cuando deja la taza sobre el diminuto plato de porcelana. Me agradece y yo sólo puedo desearle un buen viaje.

Al menos, él tiene el consuelo de ir a dónde yo nunca podría. Descansará como hace años que yo no lo hago.

Le devuelvo la sonrisa, feliz por él pero sintiendo mucha lastima por mí mismo.

He vivido varios siglos de este modo. Condenado a dirigir las almas errantes a su destino, como una parca.

No tengo recuerdos de mi vida pasada como ser humano, no tengo un nombre y no sé quien fui. Pero, he escuchado, que los ángeles de la muerte son elegidos por un grave castigo cometido en su vida anterior.

Estoy pagando por un pecado que no recuerdo y no puedo saber cuanto tiempo durará mi penitencia.

Mi única forma de cruzar al otro lado, es justamente esta, ayudando a otros a que lo hagan.

Ángel de la muerte (Lukadrien)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora