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Murphy necesitaba ir al baño, así que el grupo se había visto obligado a parar. Todos estaban observándolo, esperando a que terminara de hacer pis, porque Dios... si que era lento.

—No hay zombis a la vista —habló Mack, quien aparecía después de haber observado los alrededores.

—¿Alguien más está preocupado por don Alegría? —preguntó Doc.

—Ya... Tiene peor pinta —respondió Charlie.

—Bueno... Al principio ya daba bastante miedo —lo excusó Roberta.

—Venga, chicos. Dadle un respiro —habló Addy esta vez.

—Parece podrido —murmuró Alycia mirándola.

—Es el apocalipsis. Ninguno tenemos buena pinta —la pelirroja habló de nuevo —Es como un día muy largo con mal peinado.

—Hablando de pelo —intervino Mack. —¿Y todas esas calvas?

—Igual esa vacuna es una quimio zombi —dijo Cassandra.

—O igual esa vacuna no funciona —le interrumpió 10k. Murphy se giró al sentirse observado y todos pudieron ver su cara de muerto.

—¿Tú que opinas, Doc? —preguntó Charlie.

—He visto zombis con mejor cara —le respondió el anciano.

—¿Aguantará hasta California?

—Solo si movemos el culo.

—Si se convierte en zombi, tendríamos que sacrificarlo.

—Me pido empalarlo —habló con rapidez Roberta.

—Si se convierte, ese sería el menor de nuestros problemas.

Después de un par de horas conduciendo, la camioneta paró frente a una reja. Nada de armas, decían los carteles.

—¿Entregar todas las armas? —preguntó 10k sorprendido. —¿En serio?

—Eso parece... —respondió Mack.

Para suerte de todos, uno de los jefes era amigo de Charlie, así que tuvieron la opción de entrar, eso sí, dejando todas las armas fuera. 

En la entrada, cada uno comenzó a dejar sus armas sobre una ventanilla, para seguidamente, tener un control de metales y evitar cualquiera escondida. Pistolas, cuchillos, bates, ballesta, todo fue abandonado.

—Me siento mucho más ligero sin el puñetero martillo —suspiró Charlie

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—Me siento mucho más ligero sin el puñetero martillo —suspiró Charlie.

—Sí, me siento desnuda, y no en el buen sentido —continuó Roberta.

—Cuando empezamos, estábamos armados —continuó hablando el jefe. —Pero un día, un tipo decidió disparar al amante de su mujer. Se transformó y murieron cinco personas. Creamos una regla: solo los guardias podrían llevar armas aquí dentro. Luego vino un grupo para negociar, le quitaron la pistola a un guardia: siete muertos esa vez. Tuvimos suerte de que no fuera peor —el jefe les contaba su historia mientras paseaban por el recinto, observando cada detalle del lugar.

JUST... WAIT! | 10K, Z NATIONDonde viven las historias. Descúbrelo ahora