esa mujer, sueña.

135 7 8
                                    

      

                                Wigna Reverie arranca su convertible azul cuando confirma que Éster ya tiene puesto el cinturón de seguridad

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

       
                        Wigna Reverie arranca su convertible azul cuando confirma que Éster ya tiene puesto el cinturón de seguridad. Discretamente, acomoda el espejo frontal para ver de reojo sus gestos y acciones. Wigna sonríe, y antes de comenzar una conversación con su hija aclara su garganta, pues parece que pronto pescará un resfriado.

—¿Qué tal el entrenamiento de hoy?, ¿tus piernas ya no te duelen como antes?

—¡Ya no, mamá! —exclama Éster, siempre enérgica y fresca—. Me siento muy bien, incluso podría llegar caminando a casa sin cansarme.

—¿Acaso quieres que te baje en este instante para comprobarlo? —pregunta Wigna en un falso tono autoritario.

—Pues, no me molestaría.

Wigna se soba las sienes, resignada, y decide no contestar. Ante la predominación del silencio en el ambiente, Éster estalla y saca de su ser un montón de anécdotas y las relata con una cuidadosa actuación para entretener a su madre, exagerando algunas acciones y quitando otras tantas. Wigna, que la conoce muy bien, solo asiente y ríe al escuchar sus ocurrencias.

—Y Mérida y yo echamos una carrera, pero, obvio le gané yo —presume—. La entrenadora Mulán dice que si sigo así pronto me convertiré en la capitana del equipo.

—Estoy muy orgullosa de ti, hija —susurra Wigna, con un fuerte nudo que evita que suelte el discurso más cursi y empalagoso de su vida. Quizás sea ver su reflejo en Éster, quizás sea lo mucho que la ama, quizás sea el instinto maternal de sostenerla otra vez entre sus brazos y alzarla al cielo; quizás y sea una erupción volcánica de todas esas sensaciones combinadas.

—Lo estarás más mañana, mamá. —Wigna mira la tierna sonrisa de Éster por el espejo—. Es la competencia departamental de atletismo y todo apunta a que yo voy a ganar. Aunque estoy muy nerviosa porque sé que en el Instituto Pixar hay muy buenos corredores.

—Sí, pero tú también estás en muy buena forma. Ya pasaron seis meses desde que entraste al equipo y tus resultados son espléndidos. Las probabilidades de que ganes son altísimas.

—Mami, otra vez me estás hablando con palabras rebuscadas.

—Y eso que no has escuchado nada.

Las dos se miran con cierta competitividad, pero luego, simplemente lanzan una suave risa. Wigna vuelve a fijar su vista en el camino y aprovecha para subirle a la canción que está sonando en la emisora. Es viernes, y las calles están bastante ajetreadas y bulliciosas.

—Mamá.

—¿Qué pasa?

—¿Asistirás a la competencia, verdad?

Wigna suspira.

—Por supuesto que sí. No deberías dudarlo.

—Es que a veces no puedes llegar a eventos importantes porque hay una emergencia en la empresa y tienes que ir atenderla, o qué sé yo. . . —La voz de Éster se apaga un poco, aunque continúe sonriendo, se nota el miedo impregnado en sus palabras.

—Éster, cielo. . . —Wigna apreta el volante—, cuando no pude llegar fue porque me avisaste a una última hora. Si me avisas con anticipación las fechas de tus futuros concursos, te aseguro que estaré allí, pues tendré organizada mi agenda y todos estarán felices.

—Mamá, ya. . .

—Y además, jamás me perdería tu competencia por nada. Es la primera vez que participas en algo así, eres mi estrella, Wigna, y cuando ganes se los va a demostrar a todos.

Éster no dice nada, pero con sus mejillas rojas, las pupilas bien abiertas y brillantes y la sonrisa que embellece su rostro, Wigna no necesita escuchar ningún tipo de palabras.

Mañana será un gran día.

paracaídas | andy davisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora