Capítulo 12: El trato

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El Niño asomó con curiosidad para ver el contenido de su plato. Era el último bocado de su comida de aquel día y sus enormes ojos comenzaban a cerrarse por el sueño. Abrió su boquita para recibir la cucharada que le quedaba, y luego se recargó en las piernas de Tihion para descansar.

—¿Ya es su hora de dormir?— preguntó Mando, recogiendo el plato del Niño para lavarlo.

—Ya lo es— respondió la joven, acariciando la cabeza del pequeño.

Los días en el Razor Crest no habían cambiado su rutina, aunque esta sí se vio sacudida por un extraño fenómeno. Después de lo ocurrido con los mercenarios de Ran, entre Tihion y Mando surgió una suerte de precipicio que los había alejado; y al mismo tiempo, entre el precipicio, se formó un puente que los mantenía conectados.

Se alejaban el uno del otro y a la vez no podían evitar buscarse en cada oportunidad que tenían. Incluso cuando sabían que no existía la manera de que pudieran estar juntos sin renunciar seguían intentándolo en secreto.

Era como un grito silencioso de amor. Un pedido de misericordia a los dioses que nunca llegaba al cielo pero que aún así llenaba de paz el corazón. 

Un mandaloriano y una ramurana cuyas leyes no les permitían estar juntos y para quienes esta misma ley no era impedimento.

Esto, claro, nunca lo expresaron con palabras. Es difícil decir algo así, en especial cuando duele tan solo pensar en ello. Por eso solo actuaban, manteniéndose cerca el uno del otro y marchándose cuando la cercanía era demasiada. Era lo único que tenían y, aunque fuera poco, parecía ser suficiente.

—¿Puedes sostenerlo?— preguntó Tihion, levantándose de las cajas en las que estaba sentada y tomando al Niño entre sus brazos—. Necesito acomodar su bolsa.

Mando no respondió, solo tomó a la criatura por los brazos y lo puso frente a sí. El chiquillo ladeó la cabeza y movió sus largas orejas, sus ojos aún se veían cargados de sueño, no obstante parecía hacer un esfuerzo por permanecer despierto. El hombre suspiró con la mirada puesta sobre él; el infantil rostro y sus adorables gestos cargaban el ambiente de ternura. Nada podía desconectarlos de ese momento.

Entonces el Niño estornudó, cerrando los ojitos, agachando las orejas, sacudiendo la cabeza y expulsando algunas gotas de baba sobre el casco del Mandaloriano. Tihion volteó al escucharlo, notando el suave gemido que el infante soltó.

—Ven aquí, espero que no sea un resfriado— regañaba la joven de manera maternal mientras tomaba un pañuelo y limpiaba la pequeña nariz del Niño, para luego tomarlo en brazos y voltear hacia Mando—. Todavía hay algunos modales que enseñarle.

—Es un bebé— suspiró Mando, como si intentara excusarlo.

Tihion sonrió al ver las gotitas que continuaban sobre el casco mandaloriano. Levantó la mano con la que sostenía el pañuelo, dispuesta a limpiar las manchas, sin embargo se detuvo en el aire. No sabía si el Mandaloriano la dejaría tocar el casco, por lo que retrocedió y estuvo a punto de depositar el pedazo de tela en las manos del hombre cuando este atrapó su brazo por la manga de su ropa y la guió de regreso.

Ella lo comprendió al instante y comenzó a limpiar las manchas siendo en extremo cuidadosa. El beskar era un metal resistente, así que era imposible que un suave pañuelo pudiera rayarlo, aún así no dejó de ser delicada. Sus ojos recorrieron la tradicional forma que el casco tenía, paseando la mirada por la visera como si con ello pudiera ver su rostro.

—Listo— susurró Tihion una vez que terminó, acomodando mejor al Niño en sus brazos y arrullándolo un poco—. Ahora sí podemos tomar la siesta.

La mujer prometida || Din DjarinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora