Capítulo 5: El refugio

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La dinámica de vida en el Razor Crest resultaba interesante. Tihion acostumbraba cuidar del Sujeto en cuanto este despertaba, y pasaba la mayor parte del tiempo atendiéndolo y avanzando detrás de sus pasos. Mando por su parte solo miraba en silencio mientras tomaba el control de la nave. Era extraño para él estar acompañado, en especial por un niño.

El Crest solía ser muy frío, aunque el Mandaloriano apenas recaía en ello. Entre la armadura y las prendas de ropa que usaba debajo de ella, además de la costumbre, no solía padecer por las bajas temperaturas. Para Tihion era muy distinto. Ella estaba habituada al clima cálido de Ramur y, cuando salió de su sistema natal, se encontró con el abrumador calor del desierto de Arvala-7. Por lo que es natural suponer que resentía bastante el aire helado que caracterizaba a la cañonera.

De todas maneras, Mando nunca la escuchó quejarse. Lo único que hacía era cerciorarse de que el chiquillo estuviera bien abrigado, alimentado y con las horas adecuadas de sueño. Y para ello solía emplear casi todas las mantas que había sacado del campamento nikto. Solo tomaba una para ella, la cual doblaba en cuatro partes y colocaba debajo de sus rodillas para así poder estar cómoda al tiempo que se sostenía en tan curiosa posición, esperando que el niño despertara.

En general la joven no le causaba molestias. Se mantenía callada la mayor parte del tiempo, se hacía cargo de sus cosas, mantenía su espacio en orden y evitaba que el pequeño anduviera despreocupado y sin cuidado por el Crest. De hecho, si no fuera por las raciones de comida ni siquiera notaría que ellos estaban ahí.

Aunque tampoco es como que la muchacha comiera demasiado. Por fortuna, antes de que Mando decidiera rescatar al Sujeto del Imperio, el hombre se había abastecido con las provisiones suficientes para su siguiente misión. Al principio, después de abandonar Nevarro, Tihion se había alimentado más o menos bien, pero con el pasar de los días y con la reducción de los suministros (los cuales estaban pensados para sustentar a un hombre, no a dos adultos y un niño), la joven había disminuido sus comidas.

—Tengo que asegurarme de que él tenga su porción completa— había señalado Tihion, mirando hacia el chiquillo que comía con tranquilidad, después de que Mando intentara regañarla por no comer adecuadamente—, y si para eso tengo que abstenerme de comer entonces lo haré.

La muchacha no le causaba problemas, pero era obstinada. No dormía como era debido, solo se arrodillaba y cabeceaba una y otra vez, tampoco comía si debía evitarlo y no se abrigaba a pesar de sentir frío; y cuando Mando intentaba corregirla solo se excusaba con que debía de anteponer el bienestar del chiquillo antes que el de ella. Tal obstinación le resultaba molesta en muchas maneras.

No obstante, habían cosas en el Mandaloriano que también molestaban a Tihion. Como su odioso silencio o el hecho de que siempre estaba queriendo meterse en sus asuntos. Ella se había comportado con discreción acerca del estilo de vida del hombre, aceptando su extraño comportamiento y el que no quisiera quitarse el casco delante de ella.

En realidad, le tenía mucha paciencia sobre este último punto. Al preparar la comida solía tomar una porción de la misma y subirla hasta la cabina, lugar en el que casi siempre estaba el Mandaloriano, acompañado en ocasiones por el Sujeto.

—Lo llevaré abajo, es hora de comer— decía, tomando en brazos al niño y dejando delante de él un plato con la porción de aquel día—. Cuando termines puedes bajar. O solo avisarnos que has terminado.

Y tras estas palabras lo dejaba solo, cerrando la cabina detrás de ella. Tihion no sabía mucho del credo mandaloriano, pero sabía bien que en el Tehila se debían de respetar todas las religiones, códigos y costumbres, por ajenas que resultaran. Y, a no ser que fueran en contra de las creencias propias de Ramur, adaptarse a ellas. De ahí que la joven le diera la libertad de estar solo todo el tiempo que quisiera.

La mujer prometida || Din DjarinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora