32. Llegamos al inframundo

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El bulevar Valencia era la muerte. 

Quiero decir, literalmente era donde estaban ubicados los «ESTUDIOS DE GRABACIÓN: El Otro Barrio». El nombre destacaba entre las sombras, grabado en oro sobre mármol negro. Debajo había otro letrero grabado en las puertas de cristal: «Abogados NO, Vagabundos NO, Vivos NO».

Parecía un gran lugar, especialmente porque estaba lleno de gente a pesar de que era casi medianoche. Un guardia de seguridad grande y feo con gafas de sol vigilaba sentado en la recepción. Esto iba a ser muy divertido.

— Muy bien. ¿Recuerdan el plan? —, inquirió Percy, volviéndose hacia nosotros. 

El sátiro tragó saliva —. El plan. Sí. Me encanta el plan.

— ¿Qué pasa si el plan no funciona? — pregunté reprimiendo el impulso de cruzarme de brazos.

— No pienses en negativo.

— Vale. Vamos a meternos en la tierra de los muertos y no debería pensar en negativo.

El rostro de Percy se puso triste. Sacó las tres perlas brillantes que le había dado la Nereida y las miró con nostalgia. Chasqueé la lengua, ahora me sentía culpable por presionarlo. No era su culpa que estuviéramos aquí, él estaba haciendo lo mejor que podía. Tampoco teníamos ningún tipo de guía sobre qué hacer, era nuestra primera misión. Ninguno de nosotros sabía lo que estábamos haciendo.

— Lo siento, Percy —, dije poniendo mi mano en su hombro —. Los nervios me traicionan. Pero tienes razón, lo lograremos. Todo saldrá bien.

Le di un fuerte codazo a Grover solo para asegurarme —.¡Oh, claro que sí! — exclamó —. Hemos llegado hasta aquí. Encontraremos el rayo maestro y salvaremos a tu mamá. No hay problema.

Percy nos miró agradecido, sonriéndonos con una ligera añoranza. Se guardó las perlas en el bolsillo. 

— Vamos a golpear el trasero del Inframundo.

Entramos en la recepción de EOB.

Por altavoces ocultos se estaba tocando Muzak, aunque nadie excepto el guardia aterrador, parecía disfrutarlo. Las paredes eran de un gris oscuro y en las esquinas había cactus como manos esqueléticas.

Había gente por todas partes. Sentados en los sillones de cuero negro, de pie, apiñados. Parecían normales cuando los mirabas, pero cuando realmente te enfocabas en ellos, comenzaban a volverse transparentes. No mejoró mucho mi estado de ánimo. 

El guardia de seguridad se sentaba en un podio elevado, haciendo que su alta y larguirucha figura pareciera aún más alta. Vestía un traje italiano de seda y gafas de sol de carey con una rosa negra clavada sobre una etiqueta plateada con su nombre. No pude leerlo, pero ya sabía lo que decía de todos modos. Cualquiera que haya estudiado los mitos griegos lo sabría. Tenía la piel color chocolate y el cabello rubio decolorado, estilo militar. Con todo, no lucía realmente alguien a quien consideraría una amenaza.

Percy entrecerró los ojos ante la etiqueta con el nombre del hombre, luego pareció desconcertado. 

— ¿Tu nombre es Quirón?

Me mordí la lengua con fuerza, mis ganas de abofetearlo eran inmensas. Por supuesto que no era Quirón. ¿No sabía quién era Caronte? El hombre sonrió con frialdad y se inclinó sobre el escritorio para ver mejor a Percy. 

— Mira que preciosidad de muchacho tenemos aquí. Dime, ¿te parezco un centauro?

— N-no.

— Señor —, añadió Caronte suavemente, exagerando de más su acento griego-inglés.

Annabeth Chase y el Ladrón del RayoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora