34. Los zapatos de Grover lo traicionan

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Sus  gemidos me detuvieron en seco. 

Siempre tuve debilidad por los perros. Me giré para ver a Cerbero mirándome con tristeza, la pelotita hecha pedazos en un charco de baba a sus pies. Él gimió de nuevo, esperando que se la lanzara de nuevo.

— Perrito bueno —, susurré con pena. No podía creer que me hubiera encariñado tan rápido con un monstruo. Cerbero ladeó sus cabezas hacia mí, gimiendo de nuevo. Era casi como si quisiera protegerme.

— Pronto te traeré otra pelota —, prometí —. ¿Te gustaría?

Meneó la cola y aulló, derribando a docenas de espíritus. Supongo que la idea de un compañero de juegos le emocionaba. Dudaba que Hades viniera a menudo a jugar con él.

— Perro bueno. Vendré a visitarte pronto. Te...te lo prometo.

Me di la vuelta, sintiéndome mal. Las posibilidades de que volviera al inframundo eran mínimas, casi imposibles lo cual hacía que mi promesa fuera vacía y sin valor. Siempre me enorgullecí de cumplir mis promesas y odiaba pensar que no podría cumplir esta. 

— Vamos — jalé a Percy y Grover ansiosa por alejarme de ahí.

Pasamos por el detector de metales que de inmediato accionó las alarmas. 

— ¡Posesiones no autorizadas! ¡Magia detectada!

Cerbero empezó a ladrar pero no vino tras nosotros. No sabía si era porque no podía o porque no quería hacerme daño. 

Corrimos por la puerta de Muerte rápida y nos adentramos en el inframundo. Alertamos alarma tras alarma a nuestro paso. En segundos ya había grupos de seguridad siguiéndonos.

Nos las arreglamos para encontrar un escondite en un árbol negro podrido, agachados mientras los fantasmas de seguridad pasaban corriendo a nuestro lado, pidiendo respaldo. Percy y Grover parloteaban junto a mí pero no les presté atención. 

Me sentí molesta por Cerbero y los recuerdos de mi última perra, Kira. Había sido una hermosa Doberman y mi mejor amiga, hasta que mi padre la dejó morir. Un coche la atropelló mientras jugaba conmigo, y sus posibilidades de recuperación eran demasiado escasas para darle una oportunidad. Nunca la olvidé, y la triste soledad de Cerbero en la entrada me trajo todos aquellos recuerdos.

Discretamente me enjugué las lágrimas, sacando a Kira y Cerbero de mi cabeza. Pensar en ellos no nos ayudaría a recuperar el rayo maestro. Solo me distraería de la búsqueda y teníamos poco tiempo. Toda mi concentración debía enfocarse en mantenernos con vida.

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Los campos de Asfódelos eran gigantes. Como un gran estadio lleno de gente, pero sin electricidad. No hay ruido, no hay luz, no hay vida, solo una multitud inquieta esperando un concierto que nunca ocurrirá. Todo era completamente negro y el ambiente se sentía tan triste y deprimente que quería acurrucarme en una bola y llorar. Esperaba que cuando muriera no terminara aquí.

Nos abrimos paso arrastrando los pies entre la multitud, atentos a los demonios de seguridad y las estalactitas que adornaban débilmente el techo de la caverna. 

— ¿Quién diría que las estalagmitas también emiten destellos de luz? — Grover castañeteo tratando de desviar nuestra atención de aquel panorama desolador.

¡Pero si no son...!

— Las estalagmitas crecen el suelo, esas deben ser estalactitas Grover —  Percy contestó en susurro.

Abrí los ojos sorprendida pero antes de que pudiera decir nada un estruendo desvió nuestra atención. A pesar de su imponente apariencia algunas estalactitas se habían caído y se incrustaron el suelo. La hierba negra y los álamos de obsidiana parecían emitir desolación y soledad. Se sentía una gran ansiedad  mientras avanzábamos. El campo parecía continuar interminablemente. Podríamos estar aquí durante siglos y milenios y nunca recorrerlo por completo.

Annabeth Chase y el Ladrón del RayoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora