11. Me toca escuchar a escondidas

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— Entonces...querida Annabeth — Quirón se giró en mi dirección, sus ojos penetrando a través de mi disfraz invisible.

El rostro de Grover palideció a causa del miedo cuando me quité la gorra, revelando mi posición y apareciendo de súbdito. Hecho que no comprendía ya que me había visto hacer eso toneladas de veces antes y aún así cada vez lograba sobresaltarlo.

 Tengo que estar en esa misión Quirón, lo necesito. Yo debo ser parte de esa misión — dije de forma apresurada, en forma de saludo. Miré a Quirón desafiante, aunque por dentro sentía las punzadas del dolor amargo mientras me preparaba para ser rechazada e ignorada una vez más.

Quirón esquivó mi mirada y suspiró mientras miraba hacía las lejanías — Estoy de acuerdo —, asintió sorprendiéndome. — De hecho, ya me esperaba que fueras voluntaria. Yo no habría elegido a nadie más.

Mis esperanzas se elevaron tanto que sentí que podía volar. En ese momento, ni siquiera me importó que estuviera empapada, de nuevo, o que tuviera que cuidar de Percy. Me sentí imparable, nada podría vencerme en este momento. ¡Mi sueño era realidad! ¡Por fin saldría del campamento en una misión! Nada impediría que Annabeth Chase volviera con éxito. ¡Nada! Yo les demostraría que era digna y capaz de cumplir con lo que me proponía.

Seguí fantaseando y viéndome rodeada de laureles hasta que recordé: el detener una guerra inminente entre los dioses Olímpicos dependía de nuestra capacidad para encontrar un rayo. El rayo. La enorme responsabilidad cayó sobre mí como un balde agua fría, de pronto ya no me sentía tan confiada.

— Cuento contigo, Annabeth —, me dijo Quirón, sus ojos oscuros reflejaban melancolía y seriedad, pero sobretodo, una inmensa tristeza. — Necesitas vigilar a Percy. El chico tienes demasiados enemigos...hay tantos que desean matarlo. Mucho me temo que no sobrevivirá a esto—. Se dio la vuelta de repente, intentando esconder el dolor en su mirada.

—No te preocupes, Quirón—, le dije, yendo a colocar mi mano sobre su hombro. — Yo voy a vigilarlo. Quédate tranquilo, no dejaré que nada malo le pase.

— Excelente. Porque presiento que todas nuestras vidas dependen de él—. Sentí un escalofío recorrer mi espalda nuevamente por segunda vez en el día. — ¿será...? Quirón, ¿te refieres a la Gran Profecía...?

Grover mordisqueó una lata de Coca-Cola Light, sus dedos agarrándola con tanta fuerza que se tornaron un poco pálidos, claramente yo no era la única con nervios a flor de piel. —Todavía no lo sabemos,— me respondió Quirón de forma apresurada. — Puede que no sea el héroe elegido.

— Pero tiene que ser él—, insistí. —¿Qué otro hijo de los Tres Grandes existe?

Quirón estaba a punto de responder cuando escuchamos pasos lentos en las escaleras. Sujeté mi gorra y me la puse nuevamente en la cabeza, caminando para estar detrás de Quirón cuando Percy saliera del ático de la Casa Grande. Parecía pálido y preocupado, sus iris verdemar lucían atormentados y su rostro demacrado. Era como si hubiera envejecido mientras estaba allí.

— ¿Y bien? — Quirón preguntó preocupado. Percy se derrumbó en su silla, desplomándose sin fuerzas aparentes. — Me ha dicho que recuperaré lo que ha sido robado.

— ¡Eso es genial! — Grover exclamó, los restos de su lata Coca-Cola Light masticada casi cayéndose de su boca.

— ¿Qué ha dicho el Oráculo exactamente?— Quirón lo presionó y yo me incliné hacia adelante con expectación, medio colgando sobre el hombro de Quirón. — Es importante.

— Ha...ha dicho que me dirija al oeste para enfrentarme al dios que se ha rebelado. Recuperaré lo robado y lo regresaré intacto.

—Lo sabía —, interrumpió Grover, luciendo tan emocionado que su lata aterrizó en el suelo, olvidada. 

Annabeth Chase y el Ladrón del RayoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora