CAPITULO 1

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Olivia

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Olivia

Los altos edificios se cernían como colosos sobre las atestadas calles de la ciudad de Nueva York, algunos se elevaban lo suficiente para alcanzar las nubes que ocultaban el amanecer, otros solo parecían querer alcanzarlos. Como no podía ser menos en la ciudad de las luces, anuncios luminosos se repartían por todos los rincones de la ciudad alumbrándola de día y de noche sin descanso. Siempre parecía estar llena de vida procedente de una fuente inagotable y desconocida. Insaciable.

La capital del mundo la llamaban. De todos y de nadie a la vez.

Desde mi punto de vista a veces era complicado encontrar tu lugar allí, sin ir más lejos el ejemplo más cercano de aquello era yo misma. Encajar en un lugar con tanta diversidad podía ser difícil. Tantas creencias, religiones y costumbres diferentes resultaba enriquecedor y por supuesto algo muy positivo pero, para alguien como yo, con más corazas que la reserva nacional de oro del banco de España, encontrar a alguien con quien conectar era todo un reto. Reto que no había superado ni de lejos a pesar de llevar cuatro años viviendo allí.

El repiqueteo de la suela de mis zapatos contra el pavimento de la acera ese día era más rápido que de costumbre a causa de mi acelerada forma de caminar. Aquella mañana había ocurrido algo inaudito: me había quedado dormida. Por más increíble que pueda parecer era la primera vez que me pasaba y precisamente aquel no era el mejor día para llegar tarde teniendo en cuenta que se iba a celebrar una importante reunión en la que, según mi jefe, se iba a dar una importante noticia. Siempre solía despertarme antes de escuchar la alarma, incluso en mi adolescencia cuando ir al instituto era lo último que me apetecía hacer.

Como era habitual en días laborables, las calles estaban plagadas de gente aquel día a las siete y cuarenta y cinco de la mañana y la tarea de alcanzar la estación de metro me estaba resultando más complicada de lo normal. Momentos como ese me hacían plantearme dejar el pequeño apartamento donde vivía y mudarme a uno más céntrico que estuviese más cerca del trabajo. Luego la cruda realidad me recordaba que apenas conseguía llegar a fin de mes.

Cuando finalmente llegué a la estación, el reloj que reposaba en mi muñeca marcaba las ocho en punto. Si tenía suerte aun podía llegar a tiempo.

Con ese pensamiento latente en la cabeza, me precipité hacia las escaleras del metro intentando abrirme paso entre la gente con ligeros empujones, recibiendo miradas molestas que silenciosamente exigían una disculpa a gritos, pero, aunque me hubiese encantado pararme a ofrecérselas, no podía permitirme perder ni un minuto más en algo que no estuviese enfocado exclusivamente en llegar a tiempo al trabajo.

En algún momento mi marcha acelerada se vio frenada inevitablemente por aquel cúmulo de gente que se dirigía a los andenes del metro y aquello solo supuso un motivo más de exasperación en ese instante en el que veía mi principal y primer objetivo del día frustrado. Tal era mi neblina mental que hasta me creí con el derecho de maldecir internamente a aquellos que construyeron aquella prestigiosa estación décadas atrás, preguntándome cómo era posible que aquellos pasillos fuesen tan estrechos y aquellas escaleras tan empinadas.

Rendición [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora