«Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres». Juan 8:32.
La verdad que libera al hombre es el conocimiento de que su consciencia es la resurrección y la vida, de que su consciencia resucita y da vida a todo lo que él es consciente de ser. Fuera de la consciencia, no existen ni la resurrección ni la vida.
Cuando el ser humano renuncie a su creencia en un Dios separado de él y empiece a reconocer que su consciencia de ser es Dios, como hicieron Jesús y los profetas, entonces transformará su mundo al darse cuenta de que «Mi Padre y yo somos uno, (Juan 10:30) pero mi Padre es más grande que yo». Juan 14:28. Sabrá que su consciencia es Dios y que aquello que él es consciente de ser es el hijo que es testigo de Dios, el Padre.
El que concibe una idea y la idea concebida son uno, pero el que concibe es más grande que aquello que concibe. Antes de que existiera Abraham, Yo SOY.
SÍ, yo era consciente de existir antes de ser consciente de que soy una persona, y el día en que deje de ser consciente de que soy una persona, seguiré siendo consciente de que existo.
La consciencia de ser no depende de que uno sea nada. Precedió a todas las ideas de sí misma y seguirá existiendo cuando todas las ideas de sí misma dejen de existir. «Yo SOY el principio y el fin.» Es decir, todas las cosas o las ideas de mí mismo empiezan y acaban en mí, pero yo, la consciencia informe, permaneceré eternamente.
Jesús descubrió esta gloriosa verdad y declaró que Él era uno con Dios, no con el Dios que el hombre había creado, porque El jamás reconoció a ese Dios. Jesús descubrió que Dios era Su consciencia de ser y por eso le dijo al hombre que el Reino de Dios y el Cielo estaban en el interior. (Lucas 17:21, 23.) Cuando se dice que Jesús abandonó el mundo y se marchó con Su Padre, [―Él fue recibido en Los Cielos‖, Marcos 16:19, Lucas 24:51] simplemente se está afirmando que El alejó su atención del mundo de los sentidos y elevó su consciencia hasta ese nivel que deseaba expresar. Ahí permaneció hasta que se volvió uno con la consciencia a la que El ascendió. Cuando regresó al mundo humano, pudo actuar con la seguridad positiva de que Él era consciente de ser, un estado de consciencia que sólo El sentía o sabía que poseía. La persona que ignora esta ley eterna de expresión ve esos acontecimientos como milagros.
Elevar tu consciencia hasta el nivel de la cosa deseada y permanecer ahí hasta que ese nivel se convierta en tu naturaleza es el camino que lleva a lo que aparentemente son milagros. «Y yo, si soy elevado, a todos los atraeré hacia mí.» (Juan 12:32). Si soy elevado en consciencia hasta la naturalidad de la cosa deseada, atraeré la manifestación de ese deseo hacia mí.
«Ninguna persona viene a mí si no es atraída por el Padre que está dentro de mí, y mi Padre y yo somos uno.» Juan 10:30. Mi consciencia es el Padre que atrae la manifestación de la vida hacia mí. La naturaleza de la manifestación está determinada por el estado de consciencia en el que habito. Siempre estoy atrayendo a mi mundo aquello que soy consciente de ser.
Si estás insatisfecho con tu actual expresión de vida, entonces debes volver a nacer. El renacimiento es abandonar ese nivel con el que estás insatisfecho y elevarte al nivel de consciencia que deseas expresar y poseer.
No puedes servir al mismo tiempo a dos señores (Mateo 6:24, Lucas 16:32), o estados de consciencia opuestos. Al retirar tu atención de un estado y colocarla en el otro, mueres para el que has dejado y vives y expresas aquel al que estás unido.
El ser humano no entiende cómo es posible que pueda expresar aquello que desea ser por una ley tan simple como la de adquirir la consciencia de lo deseado. El motivo de esta falta de fe por parte del hombre es que ve el estado deseado a través de la consciencia de sus limitaciones actuales. Por lo tanto, naturalmente, la ve como algo imposible de conseguir. Una de las primeras cosas que el ser humano debe saber es que, al tratar con esta ley espiritual de la consciencia, no se puede poner vino nuevo en botellas viejas, o nuevos parches en ropa vieja (Mateo 9:16,17; Marcos 2:21,22; Lucas 5:36-39). Es decir, que uno no puede llevar al nuevo estado de consciencia nada del actual estado de consciencia. Porque el estado buscado es que, está completo en sí mismo y no necesita parches. Cada nivel de consciencia se expresa automáticamente.
Elevarte hasta el nivel de cualquier estado es convertirte automáticamente en ese estado en expresión. Pero para poder elevarte al nivel que actualmente no estás expresando, debes dejar aparte la consciencia con la que ahora te identi-ficas. Hasta que no hayas dejado tu consciencia actual, no podrás elevarte a otro nivel. No te desanimes. Abandonar tu identidad actual no es tan difícil como podría parecer.
La invitación de las escrituras: «Estar ausente del cuerpo y estar presente con el Señor» (2 Corintios 5:8, 1 Corintios 5:3, Colosenses 2:5), no es para unos pocos elegidos; es un llamamiento general a toda la humanidad. El cuerpo del que se te está invitando a escapar es tu idea actual de ti mismo, con todas sus limitaciones, mientras que el Señor con el que debes estar presente es tu consciencia de ser.
Para realizar esta proeza aparentemente imposible, debes apartar tu atención de tu problema y colocarla en el simple hecho de existir. Dices en silencio, pero con sentimiento: «Yo SOY». No condiciones esta consciencia y sigue declarando: «Yo SOY — Yo SOY». Simplemente, siente que no tienes rostro ni forma, y continúa haciéndolo hasta que sientas que flotas.
«Flotar» es un estado psicológico que niega completamente lo físico.
Mediante la práctica, en estado de relajación y negándote de buena gana a reaccionar a las impresiones sensoriales, es posible desarrollar un estado de consciencia de receptividad pura. Esto es algo sorprendentemente fácil de lograr. En este estado de desapego absoluto, una clara firmeza de pensamiento intencionado puede ser grabada indeleblemente en tu consciencia no modificada. Este estado de consciencia es necesario para una auténtica medi-tación.
Esta maravillosa experiencia de elevarte y flotar es la señal de que estás ausente del cuerpo o del problema y que ahora estás presente en el Señor. En este estado expandido sólo eres consciente de ser el YO SOY – YO SOY; sólo eres consciente de existir. Cuando se logra esta expansión de la consciencia, dentro de esta profundidad informe de ti mismo, debes dar forma a la nueva idea declarando y sintiendo que eres aquello que deseabas ser antes de entrar en este estado. Descubrirás que dentro de esa profundidad informe de ti mismo todas las cosas parecen ser divinamente posibles. Cualquier cosa que sinceramente sientas que eres mientras estás en este estado expandido se convierte, con el tiempo, en tu expresión natural.
Y Dios dijo: «Haya un firmamento entre las aguas». (Génesis 1:6). Sí, que haya una firmeza o convicción en medio de esta consciencia expandida, mediante el saber y el sentir que YO SOY eso, la cosa deseada.
Cuando declaras y sientes que eres la cosa deseada, estás cristalizando esa luz líquida informe que tú eres, coinvirtiéndola en la imagen y semejanza (Génesis 1:26) de aquello que eres consciente de ser.
Ahora que la ley de tu ser te ha sido revelada, comienza hoy mismo a cambiar tu mundo mediante la reevaluación de ti mismo. Durante demasiado tiempo, el hombre se ha aferrado a la creencia de que nace del dolor y de que debe conseguir su salvación con el sudor de su frente. Dios es impersonal y no hace diferencias entre las personas (Hechos 10:34; Romanos 2:11). Mientras el ser humano continúe teniendo esta creencia de dolor, seguirá caminando en un mundo de tristeza y confusión, porque el mundo, en todos sus detalles, es la consciencia del ser humano cristalizada.
En el Libro de los Números está escrito: «Había gigantes en las tierras y a nosotros nos pareció que éramos como saltamontes, y a ellos les pareció que nosotros éramos como saltamontes». (13:33).
Hoy es el día, el ahora eterno, en el que las condiciones en el mundo han alcanzado la apariencia de gigantes. Los desempleados, los ejércitos del enemigo, la competitividad en los negocios, etc., son los gigantes que hacen que te sientas como un saltamontes indefenso.
Nos dicen que primero nos pareció que éramos como saltamontes y que, debido a este concepto de nosotros mismos, fuimos para el enemigo como saltamontes.
Para los demás sólo podemos ser aquello que pensamos de nosotros mismos.
Por lo tanto, si nos reevaluamos y empezamos a sentir que somos el gigante, un centro de poder, automáticamente cambiamos nuestra relación con los gigantes, reduciendo a esos monstruos a su verdadero lugar, haciendo que parezca que son ellos los saltamontes indefensos.
Pablo dijo al respecto: «Para los Griegos (los llamados sabios del mundo) es necedad; y para los judíos (o aquellos que buscan señales), un obstáculo», [Porque los judíos piden señales, y los griegos buscan sabiduría;
pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, para los judíos ciertamente tropezadero, y para los gentiles locura; mas para los llamados, así judíos como griegos, Cristo poder de Dios, y sabiduría de Dios. Porque lo insensato de Dios es más sabio que los hombres, y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres. 1 Corintios 1:22-25] con el resultado de que el hombre continúa caminando en la oscuridad, en lugar de despertar a la consciencia de que «YO SOY la luz del mundo». (Mateo 5:14; Juan 8:12).
El ser humano ha adorado durante tanto tiempo las imágenes que él mismo ha fabricado, que al principio le parece que esta revelación es blasfema, pero el día que descubra y acepte este principio como la base de su vida, ese día acabará con su creencia en un Dios que está separado de él.
La historia de la traición a Jesús en el jardín de Getsemaní ilustra a la perfección el descubrimiento de este principio por parte del hombre. En ella se nos cuenta que la muchedumbre, armada con palos y antorchas, buscaba a Jesús en la oscuridad de la noche. Mientras preguntaban dónde estaba Jesús (la salvación), la voz respondió:
«YO SOY», ante lo cual la multitud cayó al suelo. Al recuperar la compostura, volvieron a pedir que se les mostrara el escondite del salvador y, una vez más, el salvador dijo: «Os he dicho que YO SOY. Por lo tanto, si me buscáis, dejad todo lo demás». (Juan 18:8).
El hombre, en la oscuridad de la ignorancia humana, sale a buscar a Dios, ayudado por la luz parpadeante de la sabiduría humana. Cuando se le revela que su YO SOY, o consciencia de ser, es su salvador, la conmoción es tan grande que, mentalmente, cae al suelo, porque todas sus creencias se tambalean al comprender que su consciencia es su único salvador. El conocimiento de que su Yo SOY es Dios obliga a la persona a dejar a todas las demás, porque le resulta imposible servir a dos dioses. El ser humano no puede aceptar que su consciencia de ser es Dios y, al mismo tiempo, creer en otra deidad.
Con este descubrimiento, la oreja o la audición del hombre (la comprensión) es cortada por la espada de la fe (Pedro) mientras que su oído perfecto y disciplinado (la comprensión) es restablecido por (Jesús) el conocimiento de que el YO SOY es el Señor y el Salvador.
Para que la persona pueda transformar su mundo, primero debe echar estos cimientos, o tener esta comprensión: ―YO SOY el Señor. [Y no hay nadie más‖ Isaias 45:5]. La persona debe saber que su consciencia de ser es Dios. Hasta que esto esté firmemente establecido, de manera que ninguna sugerencia o argumento de los demás pueda hacerle flaquear, se encontrará regresando a la esclavitud de su antigua forma de ser. «Si no crees que Yo SOY Él, morirás en tus pecados.» (Juan 8:24). A menos que la persona descubra que su consciencia es la causa de todas las expresiones de su vida, continuará buscando la causa de su confusión en el mundo de los efectos, y entonces morirá en su infructífera búsqueda.
«Yo SOY la vid y vosotros sois las ramas.» (Juan 15:5). La consciencia es la vida, y aquello que eres consciente de ser es como las ramas a las que alimentas y mantienes vivas. Del mismo modo que la rama no tiene vida si no está adherida a la vid, las cosas no tienen vida si tú no eres consciente de ellas. Así como una rama se marchita y muere si la savia de la vid deja de fluir hacia ella, también las cosas y las cualidades desaparecen si retiras tu atención de ellas; porque tu atención es la savia de vida que sustenta la expresión de tu vida.