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—Que coño te pasa? Acabas de meter a un puto delincuente en tu coche. ¿Que es lo siguiente? ¿Una plantación de marihuana? ¿Tatuarte alabado sea Satán en la frente?

Al principio algo en mi interior me dice que le grite, que no es quien para echarme bronca. He empleado el único día tranquilo de mi vida en venir a buscarlo borracho a las 2 de la mañana a una fiesta en la que me podrían haber violado. Oh cierto, casi ocurre. Me he metido en medio de una pelea aún sabiendo que podrían golpearme solo para sacarlo de ahí. Ni siquiera le he culpado o recriminado por lo ocurrido, no he dicho nada.

Mis manos aprietan el volante, estoy molesta. Sin embargo, recuerdo al chico que descansa en el asiento de copiloto y me relajo. Es normal que Trent esté tan enfadado, he ayudado a quien estaba hiriéndole. ¿Es eso una traición? ¿Soy una mala amiga?

—Lo siento.

Trent sólo niega con la cabeza y resopla mientras se deja caer contra el respaldo. Aprovecho un semáforo en rojo para pararme a observar al chico, quien tiene los ojos cerrados y parece no escucharnos.

— Y... ¿A dónde te llevo?— le pregunto cuando ya estamos lo suficientemente lejos de los coches de policía.

Él, que mira cansado por la ventanilla, parece no oírme. Vuelvo a analizar su rostro por decimoquinta vez en la noche, mis ojos resbalan desde su definida mandíbula hasta el desagradable azul de sus mejillas, luce hecho polvo. Todo su peso recae sobre la puerta derecha del coche y me doy cuenta de que no lleva el cinturón puesto.

En otra ocasión habría derrapado de forma brusca para darle un susto y reírme un rato, pero ahora temo matarlo si recibe algún otro golpe más.

¿Porque había decidido subirlo al coche? Quiero decir, podría estar loco. Y además estaba golpeando a mi amigo.

¿Haberle ayudado me convierte a mi en una mala amiga?

Ese pensamiento no para de retumbar en mi cabeza, sólo quería hacer lo correcto. Pero parece que una vez mas me he equivocado.

Quizá luego debería disculparme más detenidamente con Trent, quien desde atrás no deja de analizar el hasta el mínimo movimiento del chico sentado a mi lado.

Con la necesidad de saber hacia donde dirigirme, repito la pregunta.

—Ey.— él se sobresalta ligeramente al notar mi mano en su muslo, en un intento de llamar su atención. Mi gesto hace que gire inmediatamente su rostro hacia mí, y que abra sus ojos de una manera levemente exagerada. No se esperaba mi atrevimiento. A pesar de que no aparta la mirada sus labios aún siguen sellados así que insisto un poco más.— Tienes que darme una dirección a la que pueda llevarte.

—Déjalo tirado en la calle, cómo tendrías que haber hecho antes.

Eso lo dice Trent, quien asoma la cabeza por el hueco situado entre los dos asientos. Mientras niego divertida aparco el coche en la acera vacía mas cercana, es ridículo seguir conduciendo sin rumbo.

El chico, que lleva mirándome desde que he rozado su pierna, sigue sin soltar palabra. Parece que piensa, así que decido esperar y no insistir más.

— Si ella te habla, tú contestas.

No sé que cojones ha pasado entre esos dos,pero la rabia que Trent arrastra hacia el chico es mas que palpable. Le regaño en voz baja y él me replica que haya metido a un agresivo desconocido a mi coche, estoy a punto de contestar cuando el chico decide alzar su voz y responderme.

—Puedo bajarme aquí mismo. Gracias por traerme.

Su voz suena firme y es tan seca que congela el ambiente. Aunque ha dicho gracias no noto ni un atisbo de agradecimiento en su tono, menos aún en su mirada. Miro por la ventana el paisaje y no veo absolutamente nada. Estamos en medio de la nada, ni siquiera hemos llegado al pueblo aún, estamos parados en las afueras. ¿Cómo voy a dejarle aquí?

—Perfecto. Un placer. Te abro la puerta si quieres.

Trent se desata el cinturón con una sonrisa y se dirige con rapidez a la puerta, como un niño pequeño. Río levemente y le paro.

—Quieto, caballero.— Trent frena enfurruñado y yo me giro hacia el chico, quien sigue luciendo cansado.— No voy a dejarte aquí, estamos en medio de... la nada. ¿Dónde vives? Puedo llevarte, no importa dón...

—No puedo ir así a casa. No importa, déjame aquí.

Me detengo a darle una rapida ojeada y lo entiendo al instante, está hecho un cristo. Su nariz sangra, le tiembla la mano que sujeta su costilla e incluso la tela de su camisa cuelga por algunas partes. Miro la fea herida que decora su labio y frunzo los labios, eso necesita ser curado de inmediato. Dejo de mirarle y me incorporo en el asiento, a punto de cometer el segundo error de la noche.

AmethystDonde viven las historias. Descúbrelo ahora