Nunca he sido de quedarme en casa un viernes por la noche.
De hecho, nunca he sido de quedarme en casa, independientemente de la hora y día de la semana.
Desde bien pequeña he considerado el encerrarse en una habitación como una perdida de tiempo, una forma de malgastar tu vida. Desde que naces hasta que mueres tienes la oportunidad de ser feliz y de hacer felices a aquellos que te rodean, tienes la oportunidad de disfrutar y de hacer todo aquello que siempre has querido. La oportunidad de vivir.¿Cómo voy a malgastar esa única oportunidad llorando o estando enfadada? ¡O aún peor, como voy a malgastar esa única oportunidad durmiendo!
De pequeña mamá pensaba que padecía hiperactividad, incluso me llevó a más de un psicólogo que afirmara su teoría. Pero no lo consiguió, en su defecto recibió una felicitación por parte del especialista y una palmadita en la espalda:
—Tiene usted mucha suerte, su hija tan solo tiene ganas de comerse el mundo, y estoy seguro de que lo conseguirá.
¿Comerme el mundo? No, por Dios. Lo que yo quería era cambiar el mundo, hacerlo un sitio mejor.
Lo sé, una meta demasiado ambiciosa para una niña de 10 años.
Mamá pensó lo mismo porque al día siguiente fue furiosa a buscar al doctor para echarle en cara lo que me había dicho. Ni siquiera fue su culpa, fui yo la que interpretó sus palabras como me vino en gana, pero aun así ella se presentó a primera hora en su consulta y le gritó. Le gritó mucho.
Puedo llegar a entenderla, querer cambiar el mundo es algo casi idílico, de esas cosas que solo consigues en sueños, y darme esperanzas solo hizo que basara mi vida en conseguirlo. Mi existencia entonces se limitó a dibujar tontos inventos que según yo iban a ser revolucionarios y a leer infinitud de libros de texto sobre las grandes personalidades que habían dejado su marca en el mundo. No fue buena idea, solo con deciros que el primer nombrado fue Hitler podéis imaginaros el trauma que arrastré hasta los 12 años.
En fin, mamá y el doctor Callahan empezaron a salir poco tiempo después de su visita. Eran muy felices, aunque siempre que pregunto por él ella evita el tema. A veces le echo de menos, han pasado ya cuatro años desde que me dedicó las últimas palabras que escuché salir de su boca:
— Te voy a echar de menos, pequeña. ¿Sabes qué? Yo no creo que sea necesario cambiar el mundo, porque si de él nacen personas tan increíbles cómo tú significa que algo estamos haciendo bien. Quiero que cambies tu propio mundo y que seas feliz, disfruta cada momento y haz a los demás disfrutarlo, esa será tu huella. Te quiero, bonita.
Nunca más lo volví a ver, pero considero que ese día marcó mi vida para siempre. Puede sonar tonto, no me importa, de momento me limito a ser feliz.
Es por eso que son muy pocas las veces las que prefiero descansar en la comodidad de mi cuarto a divertirme en algún antro, pero hoy era definitivamente una de esas veces.
La de hoy ha sido una de las semanas más largas de mi vida: llena de exámenes, problemas y un sinfín de actividades físicas que han acabado por dejarme exhausta. Por esa razón he estado durante todo el día de hoy contando las horas que quedaban para poder estirarme en mi suave colchón y olvidarme del mundo.
Y mi plan estaba funcionando de forma estupenda, llevaba más de 4 horas tumbada en la cama sin levantarme para nada más que no fuera comer o ir al baño. De verdad que estaba siendo estupendo.
Lo estaba siendo.
Lo era hasta que oí mi móvil sonar por quinta vez en la noche. Me había prometido olvidar cualquier contacto con el exterior por hoy, pero la posibilidad de que fuera algo urgente no dejaba de retumbar por mi cabeza. Muy a mi pesar acabé cerrando el portátil y contestando:
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Amethyst
Teen Fiction"¿Qué pasaría si algún día se abrazaran el amor y la muerte? ¿Se moriría el amor o se enamoraría la muerte? Tal vez la muerte moriría enamorada y el amor amaría hasta la muerte."