tres

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Arranco el coche y pongo en el GPS la dirección de mi casa. Él me mira sorprendido.

—Oh no, ni se te ocurra. No pienso permitir que ese capullo entre en tu casa. ¿Y si te roba? ¿Y si trae mañana a sus amiguitos los delincuentes para atracarte? ¡Por Dios, Lena!— Trent parece realmente enfadado. Entiendo que tan solo quiere  protegerme pero su insistencia ya me está empezando a cansar.
¡Estoy haciendo lo correcto! Juré ayudar siempre a quien lo necesitara y es lo que estoy haciendo, el chico me necesita.

—Es mi casa, Trent. Yo decido quien entra y quien no.— enciendo la radio para amenizar la tensión del ambiente y suena de inmediato una canción de Justin Bieber, sonrío y empiezo a tararearla en voz baja.

El viaje pasa rápido, en apenas veinte minutos estamos los tres frente a la puerta de mi casa. El chico no hace ni dice nada, tan solo se limita a observar la fachada de mi hogar mientras espera a que alguien haga algo. Trent, en cambio, me agarra de la cintura en posición protectora en cuanto pisamos el suelo. Le susurro que no tiene nada de que preocuparse y abro la puerta de casa, esperando no arrepentirme de esto.

Mi casa no es pequeña, tampoco se trata de una mansión pero teniendo en cuenta que solo vivimos mamá y yo está más que bien.  Para cuando abro la puerta ya está Frank al otro lado, quien se tira encima mío en cuanto me ve.

Me agacho para saludarle a la vez que uso la voz tonta que sólo pongo para hablar con él. De mientras, oigo como el chico cierra la puerta detrás de mi y como Trent avanza con dificultad hacía el salón, dejándose caer en el sofá.

Frank se separa y se acerca precavido al que para ambos es un desconocido, le huele los zapatos y no tarda ni dos segundos en tirarse al suelo con las patas hacia arriba, mostrando sus ganas por que alguien le rasque la tripa. Sonrio al ver la cara de sorpresa del pobre chaval, quien no se esperaba una bienvenida tan calurosa. Sin embargo, éste no duda en agacharse con dificultad a causa de sus heridas y acariciar a mi perro.

Y entonces, lo veo sonreír por primera vez en la noche, mientras mira distraído al que probablemente sea el amor de mi vida. Noto como su mano alcanza el collar del animal y lee su nombre, divertido.

—Frank.

El chico ensancha un poquito mas su sonrisa, aunque esta sigue siendo a penas perceptible. A su vez, el animal mueve con énfasis la cola al ser nombrado.
Estupendo, a mi, que lo he salvado de una detención segura, me odia. Sin embargo, a Frank solo le ha hecho falta enseñar la tripa para hacerse su mejor amigo.

A veces me gustaría ser un perro.

El chico, del que todavía no se el nombre, se levanta y me sigue en cuanto empiezo a caminar en dirección al salón.

Ahí, veo a un exhausto Trent roncando entre los cojines de mi sofá. Río levemente.

— Menos mal que ibas a protegerme, eh.

Niego y me giro en dirección al joven, quién parece visiblemente incómodo.

— Trent iba muy borracho, lo dejaré dormir un rato. ¿Tú has bebido? Puedo prepararte algo de comer, a mi me funciona. ¿Te gusta la pasta?

Intento que el pobre se sienta lo más cómodo posible, solo de imaginarme en su situación se me ponen los pelos de punta. Herido y vulnerable en casa de una desconocida, que menos que ofrecerle unos spaghetti.

— Estoy bien. Yo no bebo.— lo dice serio, casi enfadado. ¿Qué le pasa? No sé que más hacer para que esté bien.

— Quién lo diría, al fin y al cabo eres un chico responsable.— mi vista se desvía a la mano que sujeta sus costillas— Sígueme, vamos a curar eso.

AmethystDonde viven las historias. Descúbrelo ahora