Capítulo II: Déjà vu

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—¡Gracias a Dios! —decía su madre profundamente emocionada, de al menos poder verlo consciente.

Por su parte, Mel que permaneció con su madre toda la noche, llamada a un doctor para que lo revisara.

Pasarón 2 minutos, antes de que el Doctor cuyo cabello entre castaño y blanco, por los años de servicio, el estrés, transnochos por estudio e incontables emergencias; hiciera su aparición con una bata blanca y timbrada a la altura del corazón con la palabra: Dr. Rick Gordon.

Al llegar empezó a hacerle una revisión de rutina, alumbró sus pupilas con una pequeña linterna, mientras le hacía algunas preguntas sobre cómo se sentía, si existía alguna dolencia o malestar, si podía sentir todas las partes de su cuerpo y demás.

—tengo un insoportable dolor de cabeza  —dijo Scott con voz de incomodidad y casi agonía—, ¿estaré bien doc? 

—los resultados de tus  exámenes y las tomografías arrojaron fractura en tu pómulo derecho. Sin embargo. —replicó un instante después.

—afortunadamente fue como crear pequenas grietas en la cáscara de un huevo, no necesitarás cirugía, y con reposo el hueso volverá a establecerse por sí sólo; tu cabeza no sufrió ningún tipo de daño cerebral y el constante sangrado nasal es debido al rompimiento de algunos vasos sanguíneos—. En teoría estarás bien.

El rostro hinchado de Scott dibujó una sonrisa torcida con sus dientes llenos de sangre, parecía el recién noqueado por Tyson en una pelea de boxeo.

Mel, que lo observaba fijamente, se echó a reír por lo gracioso que se veía en esos estados, sintiéndose mejor que había despertado, pero burlona por su nada parecido aspecto al de chico atractivo universitario que siempre había notado en él.

—muchisimas gracias doctor  —dijo con voz apacible Ann, al mismo tiempo que Scott.

—Por ahora, sólo le debo recomendar que tenga un reposo de un par de semanas. Y debe permanezca en el hospital por dos días hasta que le sea concedido el alta.

—Genial  —soltó irónicamente de sus labios Scott.

El doctor se marchó, al tiempo que entraba una enfermera muy guapa al traer el almuerzo para él.  Se le iluminaron los ojos no por la enfermera, sino por la comida que aparte de verse apetecible tenía un olor demasiado provocativo, capaz de embelesar a cualquier chiquillo glotón. El menú de esa mañana era pollo a la plancha con ensalada de zanahoria con pasas y papas al vapor.

—creo que voy a golpearme más a menudo la cabeza.  —burlonamente exclamó —. Mientras su madre le miró con ojos de juicio y Mel bueno; ya saben lo risueña que es Mel.

Al final todos soltaron risas por el comentario, incluida la enfermera cuyas mejillas se tornaron rosadas y hacían juego con lo blanca que era su piel. 

—Que te mejores y recuerda tomarte las pastillas del vasito de plástico; son para aliviar el dolor   —le dijo. Mientras ajustaba el goteo del suero intravenoso, que fue el causante de darle color nuevamente, a la piel pálida y casi mortuoria, que traía nuestro querido paciente la noche anterior.

—Gracias Melania. No sé, que habría hecho sin ti y Cassius. —pronuncio benevolente Scott.

—Los amigos estan para cuando necesitas, incluso cuando te golpeas el rostro contra el suelo hasta casi matarte —pronuncio sonriendo y con el ánimo para romper la tensión de todo lo sucedido —. Mientras un instante después se retiró, buscó a Cassius en la sala de espera y se marcharon ambos a sus respectivas casas para descansar.

Scott no pronunció una sola palabra de lo que había visto en su sueño. Su madre quien no había descansado, fue persuadida por él para que fuera a los cuartos de descanso que estaban destinados en un área del hospital.

La chica de mis sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora