La cerveza

12 2 0
                                    

Cuando volvieron a la casa ya todo el mundo estaba despierto. Había un gran revuelo en el comedor. Molly había preparado un gran desayuno, y todos se amontonaban alrededor de la mesa tratando de agarrar lo que querían antes de que otro se los robara. Cuando entraron, Arthur los miró con alivio.

-Estábamos a punto de preocuparnos-suspiró.

-Lo siento-dijo Ginny mientras apartaba una silla y tomaba una manzana de la canasta que había en la mesa-. Fuimos a dar una vuelta en escoba.

Hermione y Ron miraron a Harry intrigados. Harry decidió fingir que no los notaba y se sentó en una silla junto a George.

-Supongo que nuestras viejas Barredoras son realmente un paso atrás en comparación a tu Saeta, Harry-le dijo este.

George, aunque mantenía siempre la cabeza en alto y daba lo mejor de sí, tenía constantemente un aura devastadora de angustia y soledad.

-No tienes idea de cuánto extrañaba volar. La sensación siempre es increíble, Saeta o Barredora -respondió Harry.

George sonrió y asintió con la cabeza. A Harry se le inundaba el corazón de una extraña mezcla de sensaciones cada vez que lo veía sonreír. Le devolvió la sonrisa y bajó la mirada.

Cuando terminaron de desayunar, todo el mundo comenzó a prepararse para irse. Molly, Arthur y George salieron primero. Ron y Hermione acorralaron a Harry en la cocina y le hicieron jurar que les contaría todo apenas volvieran. Luego salieron tomados de la mano y la casa volvió a quedar en silencio. Harry tomó el cepillo y comenzó a lavar los platos del desayuno.

-Sabes que puedes simplemente usar magia para hacer eso, ¿verdad?-escuchó detrás suyo. Rió por lo bajo y dejó el cepillo sobre la mesada.

-Los viejos hábitos son difíciles de romper-dijo mientras sacudía su varita. Los platos comenzaron a moverse solos, pasando uno tras otro por jabón y luego por agua. Ginny rió y comenzó a secarlos y a guardarlos.

Se quedaron en silencio. Era un silencio cómodo, como los que solían compartir en Hogwarts. Sin embargo, Harry sentía esta apremiante necesidad de decir algo, de volver a conectar como habían hecho esa mañana. No quería volver a la distancia y frialdad tan rápidamente.

De pronto, Ginny cerró la alacena de un golpe y lo enfrentó.

-Teniendo en cuenta que es nuestro día libre de labores en Hogwarts, ¿qué me dices si tú y yo nos vamos a pasear al Callejón y, quién sabe, en una de esas entramos en una taberna y compartimos una jarra de cerveza de mantequilla?

Harry fingió que meditaba unos segundos poniendo sus dedos pulgar e índice en su mentón.

-Hmn... de acuerdo. Pero sólo si me dejas ponerle jengibre.

-¡Jamás! ¡Sabés cuánto odio el jengibre! Tendrás que pedirte tu propia jarra.

-Puedo vivir con eso...

Fueron a cambiarse y, en un santiamén, ya habían usado los polvos Flu y se encontraban nada más ni nada menos que en el mismísimo Callejón Diagon.

El Callejón había cambiado muchísimo. Una cantidad impresionante de negocios habían cerrado sus puertas. El último año había sido devastador para la comunidad mágica, y la mayoría de los comerciantes había decidido refugiarse en sus casas en vez de continuar atendiendo al público. Sin embargo, también habían florecido muchos negocios nuevos. Por lo visto, estos últimos meses de paz habían sido esperanzadores para muchos emprendedores.

Entraron en una taberna nueva, cerca de la Tienda de Animales Mágicos. Escogieron una mesa en un rincón y Harry se sentó mirando de espaldas al resto del lugar. Desde que la guerra había terminado, la fama de Harry se había multiplicado. Todo aquel que lo veía lo señalaba y murmuraba, había quienes se acercaban a hablarle, otros que le agradecían, algunos incluso lloraban en su hombro y le contaban sus historias de vida. Harry, que nunca había sido muy bueno con la gente, no sabía bien cómo lidiar con estas situaciones, así que prefería pasar inadvertido para evitarlas.

Lo que es correcto (y lo que es fácil)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora