prólogo

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Ahí estaba, estático frente a los labios de aquel chico que hasta hace unos segundos parecía imposible besar, al pie de la costa del mar a una hora del atardecer que daba un hermoso color miel al océano pero que sin duda no opacaba los ojos color sol del chico que se encontraba frente a él con esa hermosa piel bronceada que había deseado tocar y conocer por tanto tiempo, esas manos viriles y masculinas al final de esos brazos que denotaban que hacía ejercicio y su pecho bien formado cuya camisa desabotonada permitía ver, mentía si ese hombre no era un manjar para la vista del joven de ojos tan azules como el mar a la hora en que el sol brillaba en su más alto punto a mitad de la tarde, ese mar que lo había abrazado durante 15 años y que ahora debía estar celoso ante tan esperada y extravagante escena, Daniel quería besar a Ares, de verdad quería, pero no sabía si podría contenerse después de eso, quería sus brazos o todo su cuerpo, quería explorarlo por completo ¿La lujuria lo había cegado? No, esto había querido las últimas semanas ¿O no? No sabía lo que quería pero sabía lo que debía hacer para saber lo que quería, debía besar a Ares, hacerlo suyo de todas las formas posibles, no podía soportar un día más sin tocarlo, sin sentirlo, sin tenerlo. El sol se ocultaba ¿Lo hacía por naturalidad como los últimos 50 millones de años o lo hacía para dejarlos solos? Este era el momento, las olas les cantaban, el viento les susurraba, ¿Había alguien más en el mundo? Daniel podía jurar que no, era su hora, su mundo, estaban solos los tres, Daniel, Ares y la intriga, «¿Algo cambiará después de esto?» pensó Ares, quería besarlo, no, debía besarlo pero ¿Y si eso provocara que fuera la última vez que lo viera? No podía permitirlo. El sol casi terminaba de esconderse pero no parecía ser así para Daniel pues para el los ojos de Ares eran su verdadero sol y nada lo iluminaba más que esos ojos, esos malditos ojos que atraían la mirada de Daniel desde el día de la bicicleta. Sin haberlo notado Ares ya tenía su mano cerca de su cara, lo tomó del mentón y con su pulgar comenzó a juguetear en la mejilla de Daniel, él también quería esto, no, lo pedía, ambos lo necesitaban pero nadie se permitía aceptarlo, Ares hizo un intento (en vano) por esconder su gesto de decepción al ver que el chico frente a él no lo besaba, soltó la cara de Daniel él cual se encontraba totalmente plasmado con el calor de la escena, Ares se disponía a levantarse y convencer a Daniel de que era hora de irse, era ahora o nunca, Ares se posó en una rodilla para ponerse de pie sin saber que su acompañante no se lo permitiría, Daniel tomó valor –no supo de dónde lo sacó– y antes de siquiera pensarlo un segundo tomó a Ares de la nuca con su mano izquierda y lo forzó a verlo a los ojos, eran tan bellos, la Luna a penas se veía en el cielo y sus ojos ya la reflejaban con un gesto de admiración y decisión, Ares quiso arquear una ceja cómo era típico de él  para expresar un gesto de querer retarlo a que lo bese pero solo logró un gesto de incredulidad ante lo lindo que era Daniel para él, había estado con decenas de chicas antes, había besado quizás a 100 o más ¿Por qué ninguna lo había hecho sentir tan lleno cómo Daniel si aún ni siquiera lo había besado? Fácil, nunca había Sido realmente libre respecto a quién quería en su vida. Se miraron fijamente, era el momento, Ares volvió a poner su mano en la Mejilla de Daniel y con una suave caricia la cual deslizó poco a poco hacia abajo, sujetó la barbilla de Daniel con su pulgar y su índice, lo acercó y sucedió lo esperado, bajo ese astro tan hermoso llamado Luna, junto al mar que los cobijó tantos años y a la orilla de la ciudad que los vió crecer.

se besaron.

Ojos de Sol y Luna 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora