uno

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Uno.

[Mayo, 1998]

El cuerpo sin vida de Lord Voldemort cae y, junto al grito de algarabía de los combatientes, se escucha el lastimero aullido de una mujer. Retumba en las paredes, resuena en cada extremo del Gran Comedor y todas las miradas se dirigen hacia ella.

Bellatrix Lestrange está viva, igual que tantos otros mortífagos. Sus ojos negros se abren de horror al ver el cádaver de su maestro, sus labios tiemblan y su cuerpo se estremece por la furia. Su expresión conmocionada es la garantía de un desastre. Está acorralada, como un animal, y Hermione sabe cuan peligrosas son las bestias cuando ya no tienen escapatoria...

Todos están quietos, contemplándose en medio de un silencio sepulcral mientras sostienen sus varitas con fuerza. Entonces, a la par que un grito de guerra estalla en el salón, la lucha se reanuda. Pero ya no es una batalla de bandos o ideales, ya no se disputa una guerra, si no la propia sobrevivencia de los mortífagos. Su señor ha caído, derrotado por las manos del niño que vivió y ellos están igual de perdidos que su causa.

La ve escapar mientras tira de Harry, su mejor amigo, el salvador del mundo mágico, en un efusivo abrazo. La ve librarse de dos magos que intentan interceptarla, la ve desviar el hechizo de una bruja, la ve desarmar al temerario joven que se interpone en su huida, la ve escabullirse por entre los cimientos del destrozado castillo y, también, la ve desaparecer por la gran puerta.

Muchos magos la persiguen —igual que a tantos otros mortífagos—, pero Hermione sabe que es en vano: Bellatrix se les ha escapado de las manos otra vez. Pero eso no la inquieta ni la angustia, muy por el contrario, la excita.

Bellatrix vuelve a ser una fugitiva, una prófuga, una presa... a la que Hermione está decidida a darle caza.

Pero no hoy, no mañana, no pronto. Han ganado la guerra, han vencido, se han convertido en héroes y ya no hay más obstáculos en su camino. Reirá y llorará, celebrará y se lamentará, disfrutará y gimoteará. Tiene tiempo, muchísimo tiempo, así que no va a apresurarse. Irá tras ella con calma y paciencia, permitiéndose gozar de la persecución y posterior captura.

Porque está segura de que no fallará.

Los brazos de Ron la envuelven, apartándola del responsable de que todo hubiera terminado. Harry continúa siendo vitoreado por amigos y conocidos, por estudiantes y profesores, por propios y extraños, por todas las personas a las que salvó; las mismas que, desesperadas, extienden sus manos con la esperanza de tocar a su héroe.

Se alejan de allí sin prisa, casi arrastrando los pies, llevando sus restos hacia el lugar donde descansan los muertos, los caídos en batalla. Un nudo se crea su garganta cuando ve el cuerpo sin vida de Tonks, a escasos centímetros del cadáver de Lupin. Dos padres que lucharon con valentía para heredarle a su hijo un mundo en el que pudiera vivir en paz.

Hermione tiene la certeza de que los vengará.

Aparta la mirada con brusquedad y esconde el rostro en el pecho de Ron mientras llora. Él la abraza con fuerza y los espasmos que da el cuerpo de su amigo le informan que también ha empezado a llorar. Sin duda, ese es un día de celebración y júbilo, de victoria y esperanza, pero también de luto, pena y lágrimas.

Todo se vuelve confuso después de ese instante. Su cerebro es bombardeado con noticias de todas partes del país, con buenas nuevas, con claras señales de que un mundo mejor está a punto de construirse, pero Hermione solo desea volver a la Torre de Gryffindor —si es que aún sigue en pie— y dormir por mil años. Está cansada y adolorida, pero aún es pronto para rendirse al sueño. Harry pide un poco más de tiempo para contarles la verdad, para revelarles su secreto, para narrarles la aventura que hizo sin su compañía... y ellos se lo conceden sin excusas ni replicas.

La caza | BELLAMIONEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora