Segundo pecado: celos

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Todo estaba listo para el festejo a medianoche

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Todo estaba listo para el festejo a medianoche. Anghelika se había encargado de cuidar hasta el más mínimo detalle para que todos disfrutaran de la velada.

Una orquesta de laúdes, salterios y tambores tocaba cerca de la entrada y el centro del salón estaba vacío para invitar a los asistentes a bailar. Junto a los muros de piedra, había mesas repletas de viandas: cerdos y manzanas asadas, crema de castañas, quesos de todos los rincones de Skhädell, empanadas de carne y brochetas de perdices aderezadas con mostaza y miel.

La hermana del rey también se había encargado de ofrecer una amplia variedad de bebidas alcohólicas con el fin de rebajar tensiones entre los distintos reinos presentes. Había hidromiel, vinos especiados y cerveza. El doshka, la bebida predilecta de los vampiros, se preparaba en las cocinas para no ofender a los invitados humanos ya que su ingrediente principal era su sangre.

Para terminar con un bocado dulce, los postres incluían tartaletas rellenas de crema, mazapán, nueces caramelizadas, membrillo, bandejas de uvas recién recolectadas y natillas espolvoreadas con canela, una especia que pocos reinos podían permitirse.

El banquete era también una declaración de intenciones: Vasilia era un reino opulento, no necesitaba la ayuda de extranjeros, solo su lealtad y sumisión.

Sin embargo, su principal cometido era limar asperezas y deleitar a todos los emisarios después de tan larga travesía. Algunos venían de lugares tan remotos como el reino de Ludwington en las costas del mar Nevakrost. Anghelika quería asegurarse de que estuvieran de buen humor y no irritaran a Drago cuando se reunieran con él. Sabía que varios acudían con peticiones que su hermano encontraría en exceso ambiciosas para provenir de humanos.

Además de domar a sus invitados a través del paladar, Anghelika también se había volcado en la decoración del salón.

Estaba alumbrado por candelabros de oro cuyas llamas se unían a las de la chimenea que brillaba al fondo de la estancia. Sobre ella colgaba una cabeza disecada de un licántropo de pelaje negro con las fauces abiertas y afilados colmillos. Había más como esa en las paredes, algunas demasiado humanas, a medio camino de su transformación. Era una de las excentricidades más inquietantes de Drago que su hermana había tratado de disimular y ocultar. Para ello había encargado guirnaldas de rosas entrelazadas y los estandartes con el escudo de cada uno de los duques de Vasilia junto con las familias reales de las pequeñas naciones al otro lado del Río Rojo que los visitaban.

Los duques del reino vampírico también fueron reyes antaño, pero renunciaron a su corona a cambio de la inmortalidad y anexionaron sus territorios a Zagoira. Así fue como surgió Vasilia, bajo el reinado de Drago.

Así exterminaron a los licántropos.

Ahora, los reinos independientes acudían a su corte en busca del favor de un rey que ni siquiera se dignaba a recibirlos.

O eso había creído Anghelika.

Drago se presentó cuando la recepción de los demás reinos había terminado y disfrutaban de la música y el banquete. La sorpresa que dejó su aparición se manifestó en un silencio que se cernió sobre el salón.

Los pecados del rey [El canto de la calavera: relato]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora