Cuarto pecado: arrogancia

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A pesar de disponer de la eternidad, Drago era impaciente

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A pesar de disponer de la eternidad, Drago era impaciente. En ocasiones, esa faceta se enfrentaba a su mente de estratega, pero solía ser capaz de controlarse y pensar antes de actuar.

No esta vez.

Llevaba demasiado tiempo inactivo, hastiado con la eternidad, sin un objetivo que lo motivara. Sin embargo, desde que había tomado la decisión de unificar Skhädell bajo su reinado, todo eso había cambiado. En cuanto se vio a sí mismo como emperador, el estratega comenzó a maquinar cómo lograrlo. Lo primero que hizo fue convocar una sesión con su hermana y los duques de Vasilia. A falta de Thorsten, acudió Vladan. Nadie se opuso aunque fuera menor que Razvan, pues conocían su fama como hábil general y un líder nato. En cambio, su hermano carecía de experiencia en todos los sentidos.

Cuando los nobles entraron en la sala del consejo, lo hicieron sorprendidos, preguntándose por qué un monarca que llevaba los últimos años delegando su reinado a su hermana, parecía de pronto interesado. Drago podía leer el escepticismo en sus ojos.

—Os preguntaréis qué hago aquí —comenzó cuando todos estuvieron sentados—. Admito que, después de exterminar a los licántropos, no veía qué más podía aportar a Vasilia. Me ha llevado tiempo descubrir que no se trata solo de mi reino, sino de toda Skhädell.

—Liberamos Skhädell de los licántropos, ¿qué más hay por hacer? —intervino la duquesa Ivana Astley, cuya casa era vasalla de los Hannelor.

—¿Acaso creéis que hemos asegurado la paz en toda Skhädell? No —dijo el rey con aprensión—. A pesar de haberles salvado de los licántropos, los reinos de Wiktoria y Annelia se encuentran ahora en una guerra encarnizada aunque solían ser aliados. Por no mencionar que esas bestias encontraron refugio en los reinos humanos cuando los expulsamos de Vasilia. Los mortales no pudieron ponerles freno y se extendieron como una plaga. Ello nos empujó a una guerra que se prolongó innecesariamente. Si surge otra amenaza en su territorio, ¿cuántos siglos pasaremos resolviéndolo? Es un riesgo que no estoy dispuesto a asumir. ¿Y vosotros?

Los vampiros intercambiaron una mirada y varios negaron con la cabeza. Solo Anghelika se mantuvo en silencio. Observaba a su hermano con ojos entrecerrados. Drago era muchas cosas, pero no un buen samaritano. Desde que Hannel murió, ansiaba poder y hacía lo que fuera por obtenerlo.

—¿Qué propones? —dijo su hermana.

—Los humanos son débiles, sus vidas son tan efímeras que no son capaces de resolver sus propios conflictos antes de perecer. Sus hijos, terminan heredando los problemas de los padres y se inicia un círculo vicioso. No son aptos para reinar.

Realizó una pausa y miró uno a uno a todos los presentes.

—Yo soy el soberano con más experiencia en la faz de Skhädell. En estos cinco siglos de reinado, he exterminado una plaga, forjado un nuevo reino y traído la paz. Soy lo que necesitan los mortales.

Los pecados del rey [El canto de la calavera: relato]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora