Capitulo 1. Fantasmas del pasado

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Todos estamos rotos, así es como entra la luz.
-Ernest Hemingway

Desde que falleció mi abuelito hace dos años he aprendido a ver la vida cómo el lo hacía, con más alegría, viviendo cada día al máximo y disfrutándolo como si fuera el último.

Se aproximaban las vacaciones de fin de año en las que pasaría unas semanas con mi mejor amiga y su familia, que consideraba como propia; y el resto, en casa de mi abuelita y eso me hacía muy feliz.

Aunque... por otro lado, el recuerdo del primer amor, al cual le había jurado amor eterno antes de siquiera saber lo que era el amor, inundaría mi mente de melancolía, de fugaces promesas de amor de verano, de momentos que habíamos pasado juntos que penetrarían mi alma.

Nos conocimos a inicios de mi pubertad, durante un campamento de verano fuera de la ciudad. Estaba totalmente enamorada de él, no poseía un físico espectacular, sin embargo, sus rasgos hacían una armonía perfecta y su forma de ser era encantadora, siempre parecía tener algo bueno que decir sobre los demás y emanaba amabilidad, bondad y gentileza donde se encontrara.

Anhelaba con vigor que algún día él correspondiera mis sentimientos. Sin embargo, yo era tres años menor, aún conservaba una apariencia un tanto infantil y al estar transicionando por la etapa del clímax hormonal, mi rostro estaba cubierto de lo que parecían ser volcanes activos que en cualquier momento harían erupción,  por lo que era casi imposible que él se fijara en mí.

Después de un tiempo nos reencontramos gracias a amigos en común en las redes sociales. Había ganado el duelo contra la pubertad, ya no tenía volcanes a punto de estallar que me cubrieran el rostro y los cambios hormonales me habían favorecido, por lo que tenía rasgos más definidos y ya no aparentaba ser tan menor de lo que era. El comenzó a mostrar un claro interés por mí, comentaba mis fotos, me escribía de vez en cuando y descubrí que vivía en la misma ciudad que  mis abuelos por lo que no tardamos en hacer planes para cuando fuera a visitar a mis abuelos y reencontrarnos, pero los planes solo se acumulaban y en eso se quedaban en planes sin concretar, nunca lográbamos ponernos de acuerdo ni coincidir en horarios ni en fechas.

Hasta que llegó el día, no obstante, no en las circunstancias que esperaba. Acababa de fallecer mi abuelo, por lo que quería estar con mi abuela en un momento tan difícil. Dado que había exentado la mayoría de materias por mi buen promedio, y en las demás, los maestros habían sido bastante comprensivos y me habían evaluado con las actividades que había entregado durante el semestre, salí de vacaciones antes que el resto de mis compañeros por lo que estuve en casa de mis abuelos casi tres meses.

El se enteró de lo ocurrido y me iba a visitar casi diario a casa de mis abuelos, se preocupaba por mí, unos días me llevaba a conocer lugares preciosos; bosques, lagos, otros días los pasábamos en su casa horneando, viendo películas, hacíamos picnics, inclusive me llevó a conocer a su familia y me dibujó un retrato. Me ayudó bastante durante mi duelo ante la pérdida de un ser querido, me distrajo de mis penas y con las historias que llegaba a contarle a mi abuelita sobre nuestros encuentros, ella también se distraía.

En verdad llegué a pensar que él sería mi primer novio, y es que con lo acontecido y con sus muestras de afecto e interés, cualquiera se habría hecho a la idea de que eso pasaría, sin embargo no fue así. En cuanto tuve que regresar a mi ciudad, la cuál no estaba a más de una hora de camino de la suya, perdimos todo contacto. Se desapareció de mi vida como si nada hubiera pasado entre los dos y me escribía remotamente, en su mayoría en festividades importantes.

Nuestras conversaciones se resumían a:

Él: Hola, ¿cómo has estado?
Yo: Bien gracias, ¿y tú?
Él: Me alegra, también. ¿Qué tal tu familia?
Yo: Qué bueno. Muy bien gracias, ¿qué tal la tuya?
Él: Bien.
Y finalizaban con lo mismo:
Él: Avísame cuando vengas a la ciudad.

Siempre quería que yo fuera a su ciudad pero cuando le sugería que él viniera a la mía, las excusas nunca faltaban. Sinceramente, ya estaba cansada de sus señales mixtas, por lo que dejamos de hablar.

A pesar de que aún le guardaba cariño, sabía que él, en realidad no tenía un interés verdadero por mí. Entonces decidí darle vuelta a la página.

Un año más tarde tuve mi experiencia más cercana a una relación. Ocurrió en la escuela y al principio simplemente lo veía como un amigo pero a medida que el tiempo avanzó, los sentimientos comenzaron a surgir. Él me daba a entender que yo también le interesaba; me abrazaba por la cintura, colocaba mi mano sobre su cabeza cuando la recargaba sobre mis piernas para que lo acariciara y me daba besos en la frente. Hacía ese tipo de cosas que todo el mundo sabe que los amigos no hacen.

Días después de todas sus hazañas para "conquistarme" decidió robarme un beso en medio de la cafetería. Estaba tan solitario como un cementerio y las únicas almas que rondaban por ahí éramos él y yo.

Se creería que fue algo emocionante y romántico pero definitivamente no fue así. Más que dulce y apasionado, su beso se sintió vacío; fue rudo, insaciable, como un león que no ha comido en días y le pusieran a su disposición un indefenso cordero.

Yo era el cordero y sentía como el león trataba de devorarme vorazmente. Apreté mis labios con la mayor de mis fuerzas porque no lo estaba disfrutando. Sentía su furia, su agresividad, quería que ese momento terminara de una vez por todas, hasta que por fin cesó. Al ver que yo no cedía se separó bruscamente, pero antes de que se marchara pronunció mi nombre, me asomé por una de las esquinas del sillón en el que nos encontrábamos y posó su dedo índice contra sus labios indicándome que no fuera a contar lo ocurrido.

Al día siguiente se comportó como si nada hubiera pasado, de cierta manera hasta frío y distante conmigo, como el imbécil que era. Quisiera decir que eso fue lo único que sucedió pero no fue así.

A la hora de la salida, Fer; mi amiga más cercana y yo, nos sentamos en la misma mesa que él, donde esperábamos a que pasaran por ella. Eventualmente, llegaron por ella y la acompañé hasta la salida.

Cuando regresé, una chica dos grados menor ocupaba mi lugar, al lado de él. La situación era dolorosa de ver, él la miraba como si fuera el centro del universo, le brillaban los ojos y no le prestaba atención a nadie más, estaba como hipnotizado. Mientras que ella apenas lo volteaba a ver y se mostraba cohibida por la atención que él le prestaba. Se veía tan patética tal escena que me da vergüenza pensar que yo en algún momento estuve así por él.

Yo sabía que él estaba interesado en ella meses antes de que empezara nuestro pequeño juego o como pudiera llamársele, pero no creí que sus sentimientos continuaran siendo los mismos por ella después de todo lo que había pasado entre él y yo.

Ella se levantó, sacudió su mano despidiéndose de todos y se encontraba de camino a la salida cuando de repente escuché al otro lado de la mesa:
—¿No te vas a despedir bien? — era él, reprochándole como un niño. Ella volteó y él se dirigió hacia ella, le dió un abrazo al cual ella correspondió y de reojo, al menos desde el ángulo en el que estaban parados y de lo que alcancé a ver con mi vista periférica porque me rehusaba a ver directamente, se habían besado.

Escuché otro sonido pero esta vez provenía de mi interior "crack" . Sentí a mi corazón hacerse añicos. Contuve mis lágrimas y cuando él se fue, simplemente le dirigí una sonrisa de labios cerrados en forma de despedida.

Las vacaciones comenzaron unos días más tarde, por lo que de cierta manera fue conveniente para mí el no tener que enfrentarme con su presencia a diario en la escuela.

Durante las vacaciones, él me volvió a buscar y quería intentar las cosas bien conmigo, empezar desde cero. Al principio me volví a ver envuelta en sus encantos pero me acobardé por miedo a que volviera a pasar lo antecedido y le dejé de hablar.

Después de esas y otras malas experiencias, me había cerrado al amor, tenía miedo de conocer a gente nueva, volver a sentirme vulnerable y que me volvieran a lastimar.




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