Capitulo 4. Déjà vu

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Abrí mis ojos lentamente, ansiando ver aunque con temor, lo que ocultaba aquel haz de luz tan cegador y vibrante.

Grande fue mi sorpresa, al vislumbrar la luz del día entrando por la ventana de mi cuarto que la delgada cortina dejaba traspasar con facilidad.

Volteé a ver confundida mi alrededor. Todo estaba donde suponía estar, tal y como lo había dejado: ropa amontonada en una silla; un libro y una vela aromática encima de la mesita de noche; libros, plantas, y decoraciones en sus respectivos estantes; la computadora abierta sobre el escritorio, y un espejo de cuerpo completo cuyo único uso no era distinto al de un perchero.

Me levanté súbitamente por lo que sufrí un leve mareo. Una vez que dejé de ver doble, una serie de preguntas absurdas comenzaron a bombardear mi cabeza, cuestionándome sobre mi propia existencia. ¿Habría sido una premonición de mi propia muerte?, ¿el cielo o el infierno, si es que existían, se tendrían que ver exactamente igual a mi recámara? y si era así, ¿en cuál de los dos me encontraba?, ¿o es qué acaso solo había sido un sueño?

Me parecía imposible que todo aquello fuera un sueño. Estaba consciente de los alcances de mi imaginación, pero de igual forma me consideraba lo bastante cuerda (o al menos eso quiero creer) como para diferenciar un sueño de la realidad.

Recordaba cada evento con gran claridad: el atuendo que llevaba, el encuentro desagradable con Esteban, mi charla con Ileana, el carro... el accidente. Tan vívidos invadían mi mente los recuerdos, que podría jurar que sentía punzadas de dolor cuando repasaba este último.

Lo único que no lograba descifrar era el aspecto del conductor, sé que era un hombre por la silueta, y aquella mirada llena de terror la cuál reflejaba mi propia mirada con la misma expresión. No sería algo fácil de olvidar.

En eso, se escucharon unos pasos que se iban haciendo más fuertes conforme avanzaban hacia mi cuarto.

—"Toc toc toc" —se escucharon tres golpes suaves en la puerta de mi habitación, interrumpiendo mis pensamientos.

— Adelante —articulé con un ligero tartamudeo.

— Hasta que despiertas, bella durmiente—señaló mi madre burlona al abrir la puerta. — Son casi las 12:00, ¿a qué hora te dormiste ayer?

Dejé escapar un suspiro al verla, —Fue un sueño —me tranquilicé.

— Ayer...? —pensé para mis adentros. — ¿Qué día es hoy? —pregunté con inquietud.

— Lunes... 10 de Agosto —pronunció a la vez que se sentaba en la orilla de mi cama.

— ¿Lunes?! —chillé exaltada, — ¿No tendría que estar en la escuela ensayando para la escolta?

— Recién nos avisaron que se canceló, además creí haberte escuchado decir que no querías ir. —me vió con incredulidad.

— Ah—comenté indiferente, — ja, de no haberse cancelado, le hubiera importado un comino lo que yo quisiera. —le reprimí internamente.

Seguro mi expresión reflejó la índole de mis preocupaciones porque entonces, cómo si adivinándome el pensamiento objetó,

— Si te hubiera obligado a ir, te hubiera venido a despertar desde las 6:30, tiene apenas una hora que dijeron que se cancelaría. Avisé ayer que no ibas a poder ir.

Quedé atónita, ¿Quién era esta amable, complaciente señora que respetaba las decisiones de su hija, y qué había hecho con mi madre?

— Bueno gracias —mascullé cohibida.

— Tenemos vecinos nuevos —cambió de tema, —les vendimos la casa del doctor al lado de la casa de tu tía.

Mi madre es de las mejores vendedoras de bienes raíces de la zona, pero llevaba queriendo vender esa casa por casi 4 años y los compradores siempre la terminaban rechazando. El precio era bastante razonable, tenía buena ubicación y todas las comodidades requeridas para vivir plena y placenteramente, sin embargo era como si estuviera maldita.

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