Nunca dormía y ahora no podía evitar quedarme frito sobre el sofá.
Condenada Saura.
Algo se movió tras la puerta principal de mi pequeño apartamento ubicado en Manhattan. Me habría asustado de no estar tan débil por la inanición.
La puerta se abrió y me convencí de que había perdido el juicio: quien se hallaba tras ella era la pelirroja.
―¿Saura? ―murmuré a punto de reír por lo surrealista de aquella alucinación.
Se acercó a mí con el rostro desfigurado por el horror.
―Estamos jodidos ―sentenció.
―No, yo estoy jodido, ¿y por culpa de quién? ―pregunté con una mueca hosca.
―Los dos ―volvió a mencionar el plural.
La visión cada vez era más perturbadora. No solo estaba el hecho de que Saura se encontrara allí, sino que había sacado un gotero con una bolsa de sangre y tenía una...
―¡Aparta esa aguja de mí, fantasma torturador! ―le grité; ese esfuerzo hizo que me mareara hasta cerrar los ojos.
―De nada por salvarte la vida, Derek ―escupió ella.
Para ser una alucinación, actuaba muy parecida a ella.
Me inyectó la aguja sin que yo pudiera hacer nada y colgó el gotero sobre mi lámpara de rincón para que la sangre cayera hacia abajo a modo de suero.
―Esto será suficiente para espabilarte ―dijo ella ante mi vista distorsionada.
―Eres real ―dije incrédulo, apenas podía parpadear por la sorpresa.
Saura resopló y se sentó a mi lado en el sofá.
―Pues claro que soy yo, vampiro idiota. He cometido un error, no debería haberte lanzado ese hechizo. Has experimentado la envidia, ¿verdad?
―Cariño, hasta las cucarachas suscitan ese sentimiento en mí. Esos seres diminutos pertenecen a este plano, son criaturitas de Dios mientras que yo solo soy una casualidad del destino.
Ella puso mala cara ante la palabra «criatura», como si tal insecto no mereciera ese distintivo.
―Puaj. Derek, no seas tan conciso ―se quejó―. Yo voy por la pereza aún, pero en nada empezará la envidia. Nos llevamos un pecado de distancia, y a saber con cuál te atacará a ti el hechizo ahora.
―¿Cómo que «voy por la pereza aún»? ―repetí sus palabras mientras empezaba a mover mis rígidos dedos. Excelente, la sangre estaba haciendo su efecto.
Saura suspiró, y en ese momento, que ya andaba algo más lúcido, me di cuenta de los círculos morados que tenía a su alrededor.
―Los pecados capitales no solo te afectan a ti, a mí también. Llevo dos días sin probar bocado, me da mucha pereza. De hecho, me ha costado bastante idear el plan de ir al hospital, robar un par de bolsas de sangre y traerlas aquí para que te recuperes.
―¿Y a qué debo tal honor? ―inquirí con sarcasmo.
―Necesito que me ayudes a pararlo, yo no puedo inyectarme sangre en vena para continuar viva.
―Vivir, qué bonita palabra.
―Por Dios, no seas envidioso, que tú también vives... de alguna manera, ¡y tienes todo el tiempo del mundo! ¡Eso sí que mola!
En mis labios asomó una sonrisilla.
―¿Y ahora quién es la envidiosa?
Puso cara de espanto.
―¡Ay, Dios! ¡Ya empiezo! Dentro de poco seré el cadáver de una chica de dieciocho años.
―Bueno, eres astuta ―la elogié mientras contemplaba mi mano, ahora plenamente funcional gracias a mi adorado líquido rojo―. Seguro que algo se te ocurre. Gracias a ti dejé de comer y ahora me alimentas de otra forma, ya que no puedo hacerlo de una manera normal. Solo tienes que buscar algo para ti. ¿Suero, tal vez?
Saura negó con la cabeza.
―Ya lo he probado, pero sigo sin tener hambre, vomito solo de pensar en la comida. No quiero ir al hospital, porque un médico corriente no sabe qué me ocurre. Y tampoco puedo ir a los que ayudan a mi clan, porque mi familia no sabe nada de esto.
―Si es que solo buscas problemas ―me di el lujo de burlarme.
Ella me dio un codazo.
―Cállate. ―Dejó de hablar unos segundos y luego continuó―: Sé que no tienes por qué pero...
―Te ayudaré ―la corté―, también necesito curarme.
Saura asintió. Y no vi en ella a la chica altanera que siempre se empecinaba en mostrar. Parecía... derrotada.
Quise borrar la tristeza que había en ella, pero no se lo dije.
***
Estaba harto de leer libros de brujería.
Saura pensaba que si nos metíamos un chute de misticismo, sacaríamos algo en claro. Por eso estábamos en la biblioteca.
Pero ella estaba cansada, y yo, aunque recuperado, no me encontraba en mi mejor día, ni siquiera en mi mejor semana.
Ahora deseaba tener el poder de volver al pasado y aceptar lo que Rania me propuso una vez: convertirme en un vampiro-brujo. No lo había aceptado, como no había aceptado ser vampiro. Sin embargo, Rania insistió y pasé por el aro a medias; decidí ser indestructible, pero no tener habilidades de brujo. Quizás, si hubiera dicho que sí, podría leer todos esos libros de una sentada.
Llevaba veinte al menos, y aunque era relativamente rápido leyendo, no bastaba.
Eché un vistazo a Saura; se hallaba dormida sobre uno de los volúmenes mastodónticos que versaba sobre hechicería. Comprobé el reloj: eran las once de la noche. Había mandado al bibliotecario a su casa hacía más de dos horas bajo el poder de la sugestión, para que nos dejara tranquilos con nuestra investigación sin necesidad de alterar sus horarios laborales.
Me acerqué a ella, quité el libro de debajo de sus brazos y, con cuidado, la cogí en volandas. No movió ni una pestaña, signo inequívoco de que el cansancio la estaba superando. No me extrañaba que hubiera caído exhausta, ni siquiera había bebido agua. Parecía tan frágil...
De repente, un pensamiento lo eclipsó todo: deseaba poseerla, en todos los sentidos de esa palabra. Y no solo a ella, quería más cosas. Su humanidad, sus poderes, la perseverancia que mostraba siempre que estaba empeñada en algo...
«Avaricia», me recordó mi mente.
Maldije para mi interior.
Otro pecado más.
Debía encontrar una solución al problema.
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Los 7 pecados capitales
ParanormalEsta historia ha sido creada para el concurso de Los 7 pecados capitales, realizado por @WattpadVampirosEs Derek es un vampiro que no se mete en líos, no mata a nadie y disfruta de las comodidades de Nueva York y el mundo moderno. Vivía tranquilamen...