6.Gula

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Sus labios poseían un magnetismo indescriptible. Deseaba que no fueran de nadie más, que solo me besaran a mí por y para siempre.

«Jodida soberbia».

Derek se apartó de mi lado; se tapó la boca sorprendido. Un sabor a cobre invadió mi paladar; yo también me llevé los dedos a los labios: los tenía manchados de sangre.

―¿Te he mordido yo o me has mordido tú? 

―No lo sé ―contestó asombrado, con los colmillos desplegados. Comenzó a dar vueltas por la celda, nervioso―. Por Dios, que la haya mordido yo, que la haya mordido yo...

Enarqué una ceja.

―Te recuerdo que no podemos comer, creo que no has sido tú, mi sangre no te atrae.

Un brillo oscuro asomó en sus ojos.

―No digas eso, porque si tú bebes mi sangre... ―tragó saliva, asustado.

Empecé a reír, a desternillarme de la risa.

―No voy a convertirme, para eso debería morir ―contesté con un deje de diversión. 

No quería ridiculizarlo, pero es que me hacía gracia que por solo unas gotitas de sangre se asustara tanto, fueran mías o suyas.

Entonces recordé la situación en la que estábamos. Yo llena de soberbia y él... ¿por dónde iba? Daba igual, el caso era que en un par de días no quedaría nada de nosotros, sobre todo de mí, que era humana. Transformarme en vampiro ahora no me parecía tan malo, porque no quería... morir. 

El agotamiento me invadió después de esa breve pausa de risas. Con todo esto de buscar información, de nuestro encarcelamiento y demás, apenas había descansado.

Me apoyé de espalda a la pared.

―¿Estás bien? ―preguntó él con seriedad mientras volvía a mi lado.

Se agachó conmigo y pude ver con más nitidez lo que había querido esconder: un hilito de sangre sobre la comisura de la boca.

―Sí, solo estoy cansada... ―murmuré a la vez que alzaba el pulgar para difuminar el pequeño reguero rojo de su labio inferior.

Él capturó mi dedo entre sus dientes con suavidad, cerró los ojos y pareció deleitarse con mi piel. Al abrirlos, se hallaban teñidos de un color carmesí, como los había visto hacía un rato, poseído por la ira. Ahora no parecía estar enfadado, se trataba otro sentimiento...

Cogió mi mano entre las suyas, dejando libre mi dedo. Esa caricia había sido tan íntima que una chispa de fuego se había encendido en mi interior.

―Creo que estoy sintiendo la gula. Quiero más... de ti. Quiero... morderte, no para alimentarme, sino para disfrutar de ti. Y dentro de poco ansiaré hacer más cosas... la lujuria se apoderará de mí. Estoy seguro.

Sonreí, un poco débil, los párpados comenzaban a pesarme.

―Yo también quiero más de ti. Convivo con la soberbia ahora mismo, pronto me inundará la ira.

―¿Lo ves, madre? Está totalmente coaccionada por el vampiro ―declaró alguien.

Derek y yo giramos la cabeza hacia la entrada de la celda. Eran mi hermana y mi madre quienes nos contemplaban; a mí como a una completa desconocida; a él como una aberración.

―Ya lo veo, hija. ―Mi madre aferró los barrotes con las dos manos, llena de ira, tal y como yo me sentiría en breve―. ¡Has sido una estúpida! Solo hay una manera de deshacer este hechizo: uno de los dos debe dejar de existir. 

Esa última frase hizo que me espabilara de golpe. Puse los ojos en Derek, que me contemplaba tan estupefacto como yo a él.

Luego desvié la vista hacia ellas.

―¡No! ¡Tiene que haber otra forma! ―grité, notando que la chispa que había prendido en mi interior se transformaba en pura rabia.

Mi madre negó con la cabeza, abatida. Sus ojos, verdes como los míos, se deshacían de la tristeza. No dijo nada más, ella y Melinda salieron de la mazmorra, dejándonos a Derek y a mí sumidos en nuestros propios pensamientos.

Pasamos la noche en silencio; uno al lado del otro, dándonos calor en aquella fría estancia. 

A la mañana siguiente, supe que había dormido porque me costó despertar tras escuchar los gritos. El líder de mi clan me apelaba. En un segundo plano, mi madre, Melinda y el resto del consejo se mantenían entre las sombras.

―Saura Tudelo, se te da una oportunidad de vivir. Si es cierto que no estás hipnotizada por el vampiro, como le dijiste a tu hermana, serás lista y usarás el arma como es debido.

No entendí sus palabras hasta que mi hermana se acercó a él y, con una inclinación de cabeza, elevó las palmas hacia arriba portando un cuchillo engarzado en piedras preciosas. 

El jefe lo tomó.

―Este puñal contiene la magia necesaria para acabar con él. No se trata de lanzar hechizos que su cuerpo repele, sino de clavarlo en su piel. Si eres capaz de conseguirlo, vivirás. Él no podrá luchar porque el cuchillo solo puede ser empuñado por una bruja y, como sabes, esta mazmorra está protegida con un conjuro antimagia que solo las propiedades de esta daga pueden sortear.

Me habló a mí, como si Derek no existiera, como si diera por sentado que yo iba a hacer aquello que él me pedía.

Metió una mano a través de los barrotes y lo tiró en mi dirección. El puñal cayó a un escaso metro de nosotros.

Me levanté despacio, con ayuda de Derek, que no sabía cómo mantenía la calma. Estaba cansada pero no me permitiría mostrar debilidad. 

Furiosa, encaré a nuestro líder antes de responder:

―No pienso matarlo. ¿Me has oído? Derek no se merece eso. La culpa la tengo yo y solo yo. ―En un movimiento más o menos rápido, me agaché y cogí el cuchillo―. Y si me obligas a salvar a uno de los dos para terminar con esto, lo elijo a él. 

Volteé mi cuerpo hacia Derek, que en ese momento leyó mis intenciones y corrió hacia mí. Sin embargo, yo ya me había puesto en marcha. 

―Por favor, perdóname. 

No llegó antes de que me clavara el cuchillo en el estómago.

―¡No! ¡Saura! ―gritó espantado.


Los 7 pecados capitalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora