5.Ira

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―Mel, por favor, ¡sácanos de aquí! ―suplicó Saura aferrándose a los barrotes de la celda en la que nos hallábamos.

Eso no valdría de nada.

―¿Sácanos? ―preguntó con acritud la chica―. Estás coaccionada.

―¡Tengo plenas facultades físicas y mentales!

―La Saura que yo conozco nos habría avisado de su paradero y habría cazado al vampiro.

―No quería inquietaros, solo encontrar una solución antes de que fuera tarde.

Mel miró a Saura con extrañeza.

―¿Tarde?

―He usado el hechizo de los Siete Pecados capitales con él. Los dos buscamos una solución.

La bruja no salía de su asombro.

―¿Cómo has sido tan estúpida? ―la reprendió.

―Lo sé, pero ya no puedo hacer nada. ¡Libéranos! O, al menos, quítame esto ―rogó Saura mostrando las esposas mágicas. 

Yo portaba unas similares para impedir que usara mis poderes.

Melinda no se molestó en contestarle. Nos observó con reprobación y se marchó cerrando aquella mazmorra a cal y canto.

Saura posó su espalda en los barrotes con evidente decepción. Luego resbaló hasta sentarse en el suelo.

Me dolía verla así. ¿Cómo podía  su familia tratarla como si fuera una delincuente? Aunque pensaran que pudiera estar bajo mi poder persuasivo, no debían portarse así con ella, era una de los suyos. 

―Saldremos, Saura ―intenté infundirle ánimos, aunque una incipiente ira se estaba manifestando en mi interior.

Negó con la cabeza.

―Lo he hecho todo mal, Derek, contigo, con mi familia... ―Las lágrimas recorrieron sus mejillas.

Me senté a su lado.

―Pues me alegro ―dije sin más.

Se sorprendió.

―¿Cómo puedes decir eso? Estamos en una mazmorra.

Apoyé la cabeza entre el hueco de los hierros.

―Si no me hubieras hechizado, no habría tenido la oportunidad de conocerte ―confesé.

Apartó la mirada, con las mejillas arreboladas.

―Creo que ahora entiendo por qué Rania te protegió ―murmuró―. No erais enemigos, ¿verdad? Ninguna bruja hace un encantamiento tan fuerte por alguien que no le importa. Incluso si hubiera estado coartada por ti, no habría salido tan bien. He intentando de todo contigo, y lo único que ha funcionado ha sido este estúpido hechizo.

Suspiré. Hablar de Rania, por mucho que hubiera pasado el tiempo, me hacía daño, pero quise disipar sus dudas al respecto.

―Han pasado trescientos años y aún la recuerdo como si la hubiera visto ayer mismo. Nos conocimos cuando yo era solo un humano; un joven noble al que solo le importaban las fiestas y la ostentosidad. 

»Rania me cambió por completo. Era una muchacha sencilla, buena con todos; no sentía odio por nada ni por nadie.

»Cuando me confesó que era una bruja, no me importó. Poco después, fui transformado en vampiro en contra de mi voluntad, y ella siguió a mi lado, aunque hubiese mutado en algo antinatura para los suyos.

»Durante un tiempo, nos escondimos y lo llevamos bien. Yo bebía de ella, con esmerado cuidado, y así me apañaba. Pero un día me pasé, por poco no la maté. Entonces tu clan nos descubrió. Pensaba que la tenía hipnotizada y nos separaron.

»Escapó de los Tudelo y vino hacia mí. Insistió en hacerme prácticamente indestructible, y aunque yo no quería, acabó convenciéndome. Así me convirtió en lo que soy. 

»De Boston huimos hacia Ipswich. Un mes después, la heredera Tudelo nos encontró, la acusó de bruja y fue colgada el 31 de octubre de 1693. 

»Quise salvarla, lo juro, era lo que más ansiaba, pero ya no tenía fuerzas. No me alimentaba de nadie desde que le había hecho daño. 

Para ese momento, mis ojos también habían descargado algunas lágrimas y mis puños temblaban por la ira reprimida.

―¿No te vengaste de ellos? O sea, de... nosotros. Sé que tienes poder de sobra para hacer lo que quieras, por eso mi familia te tiene tanto miedo.

Compuse una mueca, intentando mantener a raya mi enfado.

―También fue cosa de Rania. La noche antes de que la ajusticiaran pude verla en su celda. Juré vengarla por sobre todas las cosas. Sin embargo, pese a que su familia había hecho que la condenaran, en ella solo había bondad; no quería tomar represalias. Me dijo que no deseaba que me convirtiera en un asesino por su culpa; que nunca había amado a nadie como a mí; que aquel final estaba bien. Me hizo prometerle que... no lastimaría a nadie de su familia por su muerte, que tomara la vida que se me había dado y la viviera por los dos. ―De un salto, me erguí, estaba demasiado furioso recordando aquellos momentos como para estar sentado―. Me ha costado mucho mantener mi palabra, te lo aseguro, pero, por ella, lo he hecho.

Saura también se irguió sobre sus pies, más lenta que yo, puesto que le era difícil con las manos atadas.

―Por eso nunca me atacaste.

Asentí.

―La mayoría de tu familia le debe la vida. Con el tiempo, he aprendido a controlarme. No quiero matar a nadie, ya te lo dije. Solo deseo vivir en paz, disfrutando del regalo que ella me hizo. ―Ya no pude reprimir la rabia―. ¡Por eso no entiendo por qué tu familia es así! Condenaron a Rania y ahora quieren condenarte a ti. ¡Voy a matarlos a todos, esta vez no tendré piedad! ―escupí con odio. Incluso sin ser brujo, noté el poder que manaba de mí.

Saura dio un paso hacia atrás, asustada.

―Derek... Te brillan... los ojos...

―No pienso dejar que se repita la historia. Saldrás con vida, aunque me cueste la mía... o la suya ―expresé lleno de inquina. 

Saura puso una mano en mi mejilla. Ese gesto lo eclipsó todo. La ira se desvaneció; la furia quedó en un segundo plano. Lo único a lo que podía prestarle atención era a aquellos ojos verde esmeralda.

―Buscaremos una forma de salir, pero sin herir a nadie. Si les haces daño a ellos, también me lo harás a mí ―declaró compasiva, en eso se parecía mucho a Rania. 

A mi pesar, descubrí que nunca podría negarle algo a Saura.

Acerqué mi rostro al suyo y la besé.



Los 7 pecados capitalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora