Capítulo 24

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  -¿Mathías? ¿Acaso se puede saber por qué eres tan explosivo?

  -Porque soy egoísta, porque estoy obsesionado contigo.

—Las disculpas o las explicaciones no van a cambiar nada ahora. Pero lo siento, Mathías, lo siento mucho.

    Él no vio las lágrimas, pero oyó el arrepentimiento en su voz. Entrecerró los ojos mientras todo su cuerpo se tensaba.

   -¿Te estás disculpando por haber hecho el amor conmigo, Katherin?

   —Me disculpo por lo que tú quieras. Haría lo que fuera por ofrecerte una reparación, pero no veo cómo a menos que me tire por la ventana.

     —No creo que esto requiera algo tan drástico. Quizá si te sentaras…

     Ella rehusó y permaneció donde estaba.

     —Ya no puedo soportarlo más por esta noche. Mathías, lo siento. Tienes todo el derecho a estar enfadado.

     Él se levantó sintiendo aquella impaciencia que ya le resultaba familiar. Pero ella tenía un aspecto tan pálido y frágil y parecía tan preocupada que se dominó. No la había tratado con cortesía, pero podía ser un buen momento para empezar.

     —De acuerdo, mañana hablaremos después de que hayas descansado.

    Quiso aproximarse a ella, pero volvió a detenerse. Llevaría tiempo demostrarle que había otras maneras de amar, de que el amor era mucho más que una aventura.

    —Quiero que sepas que me arrepiento de lo que ha pasado esta noche. Pero eso también puede esperar hasta mañana. Ahora descansa.

    Mantuvo las manos en los bolsillos para no acariciarla. Katherin había creído que tenía roto el corazón, pero eso no había sido nada comparado con aquel instante. No confiaba en su propia voz y se limitó a asentir.

    Él la dejó sola y cerró la puerta destrozada como pudo y la señorita, pensaba que no debía de haber en el mundo otra mujer más estúpida que ella. Pero ya no importaba. Al menos quedaba algo que sí podía hacer por los dos. Desaparecer.

    Ella suponía que debía de ser culpa suya. Tenía delante de sí media docena de puestos de contable en los anuncios de trabajo, pero ninguno le interesaba. Había trazado un círculo alrededor de los más prometedores. No podía dejar de pensar en Bellgrini, no había podido hacer otra cosa en dos semanas. Se preguntaba lo que habría sentido él cuando descubrió que se había ido. Quizá alivio o quizá una vaga incomodidad por haber dejado un negocio sin cerrar. Con el lápiz en la mano miraba por la ventana de la casa que había alquilado. En sus fantasías se lo imaginaba buscándola furiosamente, decidido a encontrarla a costa de lo que fuese. Suspiró pensando que la realidad no era tan romántica. Estaba segura de que se había sentido aliviado. Ella no era sofisticada, pero al menos había salido de su vida discretamente.

      Y había llegado el momento de poner en orden su propia vida. Lo primero era lo primero. Tenía una casita y el pequeño cuadrado de césped que constituía su jardín iba a hacerla feliz. Aquello era un reto en sí. Su antiguo apartamento estaba en pleno centro de la ciudad, en el quinto piso de un edificio moderno con todas las comodidades. Aquella casita encantadora distaba sus buenos cuarenta kilómetros del centro, pero podía oír los pájaros por la mañana. Si miraba por la ventana podía ver viejos robles y arces que susurraban con el viento. Quizá no era un cambio tan grande como volar a París, pero para Kathi era todo un logro.

    Había comprado algunos muebles. «Algunos» era sólo una manera de expresarse. El mobiliario se reducía a una cama, una mesa vieja y una silla. No era lógico. Pero no quería nada lógico. No quería ninguna elegante sala de estar con las cortinas a juego. Incluso el juego de toallas que había comprado le parecía frívolo. Pero era lo que quería. Se proponía hacer lo que durante años había querido y había mantenido en secreto. Iba a comprar lo que realmente necesitara, no por su precio o su durabilidad. Se preguntaba cuántas personas entendían de verdad la importancia de tomar decisiones realmente deseables. Ella lo había hecho con su casa, con su peinado… Los cambios de apariencia tenían que llevar a los internos, o viceversa. De cualquier modo, nunca volvería a ser la mujer de antes.

    O quizá sería la mujer que siempre había sido y que un día se negó a admitir. ¿Y por qué estaba señalando los anuncios? ¿Por qué estaba allí sentada en una mañana hermosa planeando un futuro en el que no tenía el menor interés? Quizá fuera verdad que nunca podría llegar a tener a la única persona que quería. Ya no habría más paseos a la luz de la luna, ni más noches de amor frenéticas. Sin embargo, conservaba los recuerdos, los momentos y los sueños. No había arrepentimiento con respecto a lo ocurrido con él ni nunca lo habría. Se sentía más fuerte después de aquel viaje, más segura de sí misma, más libre; y lo había conseguido ella sola. No se le ocurría nada que le apeteciera menos que entrar a trabajar para otro, cuadrando números, calculando costes y beneficios; y no lo haría. No volvería a dejar su vida ni su carrera en las manos de otro. Abriría su propia compañía. Una compañía por supuesto pequeña, pero también personalizada y con carácter. ¿Por qué no? Tenía la capacidad y la experiencia y había reunido al fin el coraje. No iba a ser fácil. De hecho, iba a ser arriesgado. Con el dinero que le quedaba tenía que pagar el alquiler, equipo, publicidad… Reía mientras fue a buscar un cuaderno. Tenía que hacer una lista de cosas que debía hacer y otra de gente a la que llamar. Confiaba en persuadir a algunos de sus contactos de la vieja empresa para que le dieran una oportunidad.

    —Un momento -gritó cuando escuchó que llamaban a la puerta-.

    Sabía que antes de abrir era conveniente cerciorarse por la mirilla, pero estaba tan absorta en sus planes que ni siquiera lo pensó. Cuando abrió la puerta se encontró cara a cara con Mathías. Incluso si hubiera podido hablar, no le hubiera servido de nada, porque él no estaba de humor para dejarla tranquila.

  —¿Qué demonios crees que estás haciendo? —preguntó mientras cerraba de un portazo—. ¿Intentas deliberadamente volverme loco? ¿O es algo que te sale natural?

    —Yo…

      Fue inútil resistirse, él ya la había abrazado. Las palabras que iba a decir se disolvieron en un gemido contra sus labios. El cuaderno cayó al suelo, pero cuando levantaba las manos para abrazarle, él se apartó.

     —¿A qué estás jugando, Katherin?

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Buenas noches, queridos lectores!!!!🌟
  Siento decirle que ya la historia casi está llegando a su fin. ¿Pero alguien podría deducir o predecir el final?

   Está en sus manos y claro, en la palabra de Katherin. Dejen sus comentarios, tal vez me hagan cambiar la idea loca con la que quiero terminar esta obra.💭

   Dulces sueños❤📖

Impulso [+18] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora