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No fueron a un hotel. Samuel condujo y la llevó a un edificio de apartamentos de lujo. Cuando ella lo miró interrogante, él sólo se encogió de hombros.
Al entrar, Catherine se asombró al ver que era uno de los áticos, increíblemente espacioso, iluminado, sin una mota de polvo.
—¿Eres un rico millonario que hasta ahora me estuvo engañando haciéndose pasar por pobre? —Samuel se echó a reír.
—Lamentablemente, no —dijo él viéndola quitarse su cárdigan y dejarlo en uno de los muebles mientras miraba alrededor. Al escuchar su respuesta, ella lo miró con ojos entrecerrados—. Es de William —explicó él—, el amigo que te acabo de presentar.
—Oh. Claro.
—Me ha insistido varias veces para que me venga a vivir aquí. Y aunque eso me facilitaría algunas cosas, me complicaría otras, así que he preferido permanecer en el campus—. Al oír aquello, ella no pudo evitar caminar a él y abrazarlo.
—De modo que eres un hombre que sacrifica la comodidad y pondera el pragmatismo.
—Sí, ya me han acusado de eso —sonrió él acariciando la delgada espalda con ambas manos abiertas, tiñendo su mirada con el deseo.
—Me imagino cómo sería una casa construida por ti —siguió ella—, minimalista, enteramente funcional... y elegante—. Samuel la soltó para quitarse la chaqueta que llevaba puesta, y se quedó con una simple camisa.
—Bueno, hay aspectos en los que soy un derrochador.
—Ah, ¿sí? —sonrió ella viendo cómo él se desabrochaba uno a uno los botones de la camisa, y no pudo evitar morderse los labios. Quería, quería ver su piel. Ya.
—Estaré encantando de mostrarte.
—Sí, por favor —dijo ella casi sin aire, y él se quedó al fin desnudo de la cintura para arriba.
Los ojos de Catherine se quedaron fijos sobre él, sin perderse ningún detalle.
Su piel era suave, lisa, de un tono bronceado que debía ser natural, con un abdomen suavemente marcado, y Catherine sintió su corazón y respiración acelerarse. De inmediato su propio cuerpo respondió a este llamado silencioso, y tragó saliva abriendo la palma de su mano para tocarlo.
Él era cálido, tan... increíblemente bien hecho.
—¿Haces... ejercicio? —él sonrió, y cerró sus ojos cuando la pequeña mano de ella bajó por su tórax y tomaba camino al abdomen.
—Era muy activo en la escuela... y creo que ya luego fue más fácil mantenerme.
—Eres... hermoso, Samuel Slater—. Él sonrió. Ella siempre prefería llamarlo por su nombre completo, o, cuando algo la molestaba, sólo por su apellido.
—Dime Sam—. Catherine lo miró a los ojos—. Estás demasiado vestida, ¿no te parece? —ella sonrió.
—Me desnudaré —dijo ella dando un paso atrás y mirándolo con sus ojos llenos de travesura—. Pero... para que me quite cada prenda, tendrás que decirme cosas bonitas.
—Oh... —dijo él, y el gesto quedó a la mitad entre un gemido y una risa.
—A ver... te escucho —dijo ella poniendo sus manos en los botones de su blusa, y Samuel se mordió el interior de la mejilla mirándola como si planeara hacerle pagar muy caro por esta espera.
—Eres la mujer más hermosa que he conocido en mi vida—. Eso la dejó quieta en su lugar, deseando con toda su alma no haber empezado este juego. Ahora no sabría si esas palabras las decía de verdad, o sólo por seguirle la corriente—. ¿Dije algo malo? —preguntó él al verla totalmente quieta. Ella sacudió su cabeza. Había hecho un trato, y ella era una mujer de palabra.
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El fuego en tus ojos
RomantikTodo lo que Samuel desea en el mundo es estabilidad para sí mismo y su familia; se exige día a día para lograrlo, hasta que al fin empieza a ver los frutos de su esfuerzo. Sus planes van muy bien, pero un día conoce a Catherine, una niña rica y mima...