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Advertencia: Este libro sólo está en Wattpad hasta el capítulo 10. Si quieres leerlo completo, lo podrás encontrar en Amazon, o Booknet. Gracias.

—¿Cómo has conseguido enemistarte con la hija de Ronald Cooper en los primeros minutos de la fiesta? —le reclamó Laverne con voz sibilante de ira a su hija, que tenía la mirada baja, mientras con sus dos manos apretaba el diminuto bolso—. Por Dios, Catherine —gruñó ahora—. Te hice venir con un solo propósito, una sola cosa te pedí, ¿y lo arruinas antes siquiera de empezar? ¿Cómo has podido? ¿Tan poco te importa tu madre?

—Laverne... —intervino Oliver tratando de tranquilizarla, y Laverne lo miró asintiendo como si sólo necesitara que le recordaran recobrar la compostura para hacerlo y respiró hondo. Parecía que, en vez de gritar, quisiera usar sus uñas, pues las tenía como garras en aquel momento.

—Eres decepcionante, como siempre —farfulló Laverne sin mirar a su hija, y Catherine sólo tragó saliva.

—Son cosas de chicas —volvió a hablar Oliver con voz conciliadora—. Tengo fe en que Catherine lo sabrá solucionar luego, sólo necesita una oportunidad para mostrarle a Robin Cooper que es una buena persona.

—¡Pidió que la echaran de la fiesta! ¡Gracias a la intervención de Ronald Cooper no nos echaron a todos!

—Porque hasta él sabe que en asuntos de mujeres... de niñas... es mejor no meterse. No seas tan severa con Catherine, ya verás cómo todo se soluciona.

—Eso espero. Oh, Oliver, cariño. No sabes cuánto agradezco al cielo que estés aquí y te ocupes de ella...

—Estoy aquí sólo para ella y para ti, Laverne.

—Llévala a casa, ¿quieres?

—Necesito volver a Cambridge... —susurró Catherine como si en vez de en una sala junto a su madre y su supuesto prometido, estuviera ante la silla eléctrica.

—¡No puedes exigirme nada! —exclamó Laverne volviendo a su tono agresivo—. No cumpliste con la única condición que te puse. Te irás mañana.

—Mamá... —suplicó Catherine—. Estoy en exámenes. Necesito estudiar, necesito...

—Ya no me hables. ¡Me fastidias!

—¡Mamá! —la llamó Catherine con voz quebrada, pero Laverne ya había dado la vuelta y se alejaba.

Catherine quiso ir tras ella, pero por experiencia sabía que aquello no serviría de nada. Ni si le suplicaba de rodillas obtendría lo que quería o necesitaba. ¿Cuándo podría hacer entender a su madre que había cosas que para ella eran importantes?

—Necesito volver —repitió con voz llorosa—. Estoy en exámenes...

—¿Por qué te empeñas tanto? —dijo la voz sonriente de Oliver, y ella, que casi había olvidado que él seguía allí, se giró a mirarlo.

Qué ganas de abrirle la cabeza para comprobar si allí había un cerebro.

Él la miraba con esa sonrisa que indicaba que la tonta era ella y el inteligente él, como si intentara explicarle cosas básicas de la vida, porque ella, pobrecita, era corta de miras.

Eres más inteligente que él, se recordó. La razón por la que no te gusta, es porque sabes que puedes manipularlo, usarlo a tu antojo. Ya lo has comprobado.

Ella prefería un hombre con carácter, que de vez en cuando se le enfrentara, que le hiciera ver las cosas conservando el equilibrio entre la fuerza de su personalidad y la de ella. No que todo fuera una constante pelea, pero tampoco que le diera siempre la razón. Oliver hacía esas dos últimas cosas dependiendo de su humor, o del de ella.

El fuego en tus ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora