Nunca he sido anciano, ni siquiera adulto, de modo que, como no conozco otra cosa más que ser joven, la juventud ha sido, sin duda, la mejor etapa de mi vida.
Sin embargo, el futuro y la madurez están a la espera de cualquier adolescente y, son obstáculos que, tarde o temprano, tendré que sortear por mucho que me aterre. De hecho, se supone que estoy en una "edad de ilusiones", en el mejor momento de mi vida y, que cumplir la mayoría de edad la cambia por completo; como si, de pronto, la noche de mi decimoctavo cumpleaños ya fuera un adulto.
¡Chorradas! ¡Cumplir los dieciocho no cambia nada en absoluto! solo sería adulto a los ojos de unos ineptos, pero quien me conoce realmente, sabe que seguiré unos cuantos años más siendo el mismo descerebrado de siempre. Es más, diría que solo empeora las cosas. Nos sitúa bajo los focos de una sociedad que espera nuestros aportes, ansiosa por vernos mover ficha en el tablero de la utilidad, y no se me ocurre algo más inútil que un niño confundido.
Para colmo, seguimos sin darnos cuenta de nada, pensamos que entrar en la madurez es tan fácil como pasar por una puerta, que lo impropio de esta edad es madurar y que ser joven es la excusa perfecta para justificar la estupidez y el descontrol. Estaría en una edad de ilusiones, si no estuviéramos todos tan equivocados.
Nadie se prepara para madurar, simplemente ocurre. Un día estás jugando a fútbol en el patio del cole y al siguiente tus nietos te piden la paga; así funciona la vida y si nos detuvieramos a pensar se nos olvidaría vivirla.