Al sureste de los salones en la escuela, en un aula vacía que ya nadie limpiaba... ahí empezó nuestra magia.
Por alguna razón yo tenía el anhelante deseo de escuchar a tus dedos cantar, y debido a mi insistencia conseguí que te prestaran el piano de la escuela.
La sala estaba deteriorada, el polvo era tanto que se podía ver a través de la luz que dejaba entrar la ventana, tan alta y angosta que ni tú podías alcanzarla para cerrarla.
Ese día me acuerdo muy bien, nuestros corazones estaban agitados, constantemente nos dábamos miradas cómplices en los recesos, pero nunca hablamos hasta llegar a final de la jornada.
Ese día el sol estaba sediento de rayos de luz, todos y cada uno de ellos los mandaba hacia la tierra. El clima era caluroso, pero había algo en esos rayos de luz que, a diferencia de otros días que solo nos podría repugnar, nos hicieron más optimistas.
Dieron las tres en punto, seguramente en ese momento mi familia me estaba buscando como loca porque su única hija tenía que haber aparecido en casa hace ya por lo menos tres horas, pero yo estaba inmersa en un mundo completamente diferente al suyo.
En el momento en que entramos, como un instinto primitivo lo primero que hicimos fue acercarnos al piano para ver si estaba en buenas condiciones, ya que todo el aula parecía no haber sido limpiada hacía años. Afortunadamente, parecía ser que sí que le daban mantenimiento al único objeto de la sala. No me imagino cuanto debió costarles y así lo habían dejado, solitario en una sala vacía.
Pensé lo mucho que se había desperdiciado el dinero en tener tal cosa tan abandonada, pero si le daban tanto mantenimiento debió ser por algo, quizás estaba esperando tanto ser tocado que sobrevivió a todo esto para que pudiéramos encontrarlo en perfectas condiciones, quizás...
Tocaste algunas teclas que a mí me parecían al azar, pero, aun así, sonaba tan bien que no pude evitar pensar lo poco agresivo que era el piano, a diferencia de otros instrumentos como el violín o la guitarra que suenan horrible si no se tocan perfectamente. De alguna forma eso me dio esperanzas de aprender a tocarlo algún día, y esperaba que tú pudieras enseñarme.
Entonces, todo estaba listo para empezar, tomamos las únicas dos sillas viejas que había en la sala para sentarnos, tú delante del piano, yo a un lado de ti para ver cada más mínimo detalle, aunque no sabía que no iba a poder seguirle el ritmo por la agilidad con la que tocabas.
El show empezó.
Cuando escuché las primeras notas de la canción que tocabas, la reconocí al instante, era esa melodía que había estado escuchando el día que te conocí en los auriculares. Recuerdo que tú me pediste uno para escucharla también y nos conectamos a través de ella. Desde ese día no paré de escucharla y aunque tú ya parecías harto de ella, ahí estabas tocándola para mí.
El tiempo se detuvo.
No podía caber en mi regocijo, me temblaban las manos de la euforia que sentía por tal habilidad, y aunque esto pueda ser una preferencia mía, sonaba incluso más perfecta la que oía en ese momento que la que escuchaba todos los días. Estaba tan sorprendida que no tenía el don de reaccionar.
Las maravillosas teclas del piano se iban hundiendo una vez las tocabas con tal cuidado y agilidad que era casi imposible seguirle el paso.
Era como ver un mar lleno de olas. Algunas grandes, otras más pequeñas. Era como ver la tormenta en el mar que mi corazón estaba sintiendo en ese instante, no por aflicción, sino por emoción.
Todo pasaba tan rápido frente a mis ojos que fue difícil capturar todo en mi mente, y fuera de mis cálculos, la canción acabó tan rápido como empezó. Tan rápido como un soplido...
La sala entonces se sumió en un silencio abrumador, aún ninguno de los dos reaccionaba o por lo menos no teníamos intención de hacerlo.
Él por miedo, yo por asombro.
Traté de hablar pero solo me salieron tartamudeos incomprensibles, así que esperé un poco para calmar mi tormenta con su mirada fija en mí, que en algún momento de los largos minutos que habíamos quedado mudos él tornó su vista desde el piano hacia mí.
No sabía qué decir, así que solo pude decir lo bien que tocabas. En esas pocas palabras iban escondidas tantas cosas que no era capaz de decir en ese momento, pero de algún modo pienso que ellas llegaron a ti, porque me sonreíste con la sonrisa más angelical que he podido ver jamás.
Angelical... ahora que lo pienso, decirte así en ese momento y dirigirme hacia ti como un ángel no fue lo más prudente.
Afortunadamente tú nunca lo tomaste como algo malo, creo que de alguna forma eso te dio la esperanza de que cuando el momento llegara, realmente te convertirías en uno...