Capitulo 8: Dolor y deseo

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Uriel
23:30 pm

La herida en mi brazo estaba sangrando demasiado. Apenas he podido manejar bien el coche hasta llegar a casa.

De camino a casa estaba furioso al pensar que una chica que mide medio metro, pudo hacerme esa herida. No me esperaba que me hiciera eso. Por una parte me sorprendió porque sus ojos eran fríos. No transmitían nada de susto. O tal vez si lo estaba y no me lo demostró. Y no se porque eso me hizo enfadar. Quería verla asustada. Llorando. Suplicándome que no le haga daño.

Pero no hizo nada de eso.

Ni siquiera me dijo en donde tenían sus padres el dinero guardado.

Ahora por su puta culpa Jackson me dirá que no sirvo para nada. Y yo no quiero escuchar eso.

Necesito que confíe en mi. Hacerle pensar que soy su mano derecha y que todo lo que me pida lo haré sin rechistar. Haré que crea que soy el Uriel de los años anteriores. Pero lo que no sabe es que ese Uriel ya no existe. Estoy cansado de esta basura. De sus trapos sucios. De los secretos que le guarda a mi madre y hace como si nada estuviera pasando. Le clavaré el cuchillo por la espalda cuando menos se lo espera. Le haré pagar por todo lo que me hizo.

Abro la puerta de casa y veo a Teodora sentada en el sofá. Mirando algún programa de cocina. Le encantan esos programas.

Por excepto Teodora, la casa estaba vacía. Como no. El hijo de puta de Jackson y mi madre de seguro fueron a algún restaurante caro. Él hace lo que sea para demostrarle a mi madre que la ama. Y ella se lo cree. Como me gustaría contarle todo a mi madre. Pero tiempo al tiempo. Todo será descubierto en cuanto tenga todo en la palma de mi mano.

—Buenas noches hijo—Teodora bajo el volumen de la televisión y se giró hacia mi—¿Has cenado?

Me bajé la manga del jersey para que no viera la sangre y negué con la cabeza.

—No tengo hambre viejita.

Ella entrecerró sus ojos como queriendo averiguar si me pasaba algo.

—¿Estás seguro que no tienes hambre? Iré a prepararte algo rápido.

Ni mis propios padres se preocupaban tanto por mi como lo hacia ella.

—Gracias viejita, pero no me apetece comer nada. Iré a descansar —caminé hacia ella hasta estar detrás del salón y le di un beso en la coronilla de su cabeza— Buenas noches. Te quiero.

—Buenas noches hijo—me acarició el brazo adolorido y me mordí los labios para no hacer ningún sonido de dolor— Yo también te quiero —se giró hacia mi para dedicarme una cálida sonrisa y yo cambie mi cara de dolor rápidamente para que no se diera cuenta de nada.

Me separé de ella y subí a mi habitación para curar la puta herida. Solo espero que no se haya infectado.

Al llegar a mi habitación, cerré la puerta con pestillo y me quité el jersey para quedarme con el torso desnudo y con solamente los pantalones.

Me dirigí al baño y me paré enfrente del espejo. Me miré la herida y era profunda pero por suerte no llegó a infectarse.

—Te haré pagar por esto medio metro
—saqué del armario el alcohol y el algodón, para empezar a pasar el trozo de algodón a lo largo de la herida y apreté mis dientes al notar el fuerte escozor.

Pero a lo largo de los segundos ese dolor e escozor se reemplazo por placer. Me gustaba tener esa sensación de dolor en mi cuerpo pero no lo quería admitir. Porque se que eso no era normal. No quería creer que estaba mal mentalmente. Pero lo estoy. Sentir dolor y luego ese dolor ser reemplazado por placer, eso no era de gente normal.

Vida Infernal © [#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora