Las flores del jazmín. Cap 4.

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Al cabo de unos minutos, y mientras en la película, los protagonistas habían comenzado a ponerse por demás de cariñosos, James decidió romper el momento de tensión, que sentía deslizarse aún por el ambiente.

-Mejor cambiemos jaja.

Cuando se aproximó a tomar el control, una mano se detuvo sobre la suya. Observó de soslayo, a Matthew sentado mirándolo fijamente.

-No me digas que te avergüenzan los besos.

-Por supuesto que no, simplemente me parece aburrido.

La mano que antes se disponía a simplemente, detener su agarre, ahora mismo sujetaba la suya. Estaba cálida, así como la respiración del muchacho, el cual acorto la poca distancia que los separaba, para acercarse y quedar frente a su oído izquierdo.

Sentía su cuerpo emanar calor, uno que comenzaba a subírsele por la espalda, lentamente, murmurando los deseos que su mente reprimía, los que siempre le oprimían el pecho latente, que ahora no paraba de acelerársele. Su voz resonó.

-Demuéstramelo.

-Demostrarte qué? Qué te p-

-Demuéstrame que no te avergüenzan los besos.

Sus ojos, que evitaban dar con el verde amarillento de los de Matthew, se cerraron lentamente, para terminar reparando en la ferocidad de sus palabras. En la tonelada de significados que tenían. Buscando toda la calma, que siempre almacenaba en su interior, emitió un bufido, seguido de una risa. Lo enfrento, aproximándose, fingiendo seguridad y una sensualidad que utilizaba a la hora de ligar.

-Y cómo? Besándote a ti?

Parsimonia, que duro, lo que un suspiro en el viento, cuando su mirada, fue directo hacia sus labios.

-Sí.

«El muchachito tiene ganas de jugar eh?». Pensó James.

-No juegues con fuego niño.

Acto seguido, se puso de pie. Encaminándose ligeramente, lo más rápido que le daban las piernas, hacia la cocina. Necesitaba respirar, un aire que no estuviese repleto de Matthew, de todo lo que él comenzaba a significar.

La furia comenzaba a crecer. Aquel muchachito inocentemente heterosexual, no era sino otro más de esos tantos estudiantes universitarios, que siempre solían fingir actitudes seguras frente a él, y como quien diría, "abarcar mucho, pero apretar poco". Necesitaba distraerse, y una de las mejores soluciones, era limpiar. Tomó las copas, y comenzó a frotarlas.

Recordaba las miradas de las mujeres, mientras Matt caminaba junto a él, cuando salían, y la sonrisa que en su rostro se formaba. Inclusive había visto un mensaje repleto de corazones en su teléfono, en más de una ocasión, con el nombre de una mujer como remitente. También recordó la forma despectiva, con la cual se había referido a la mujer del tren, cuando había ido a llevarle su billetera, y sus deseos de invitarle un café.

Las sienes le latían, y los oídos zumbaban, ante las cosas horribles que su propia mente le decía, del chico que ahora mismo continuaba en la sala. Sentado. Tranquilo y quieto como siempre, sin tener en la cabeza, la tormenta que él ahora estaba enfrentando solo.

La que se despertaba en los cielos. El viento que golpeó, y dio de lleno, con las rejas abiertas de la puerta balcón, lo despertaron. Corrió ligero sin dudarlo, dispuesto a golpear cualquier cosa que se encontrara allí, cuando encontró a Matthew cargando la planta de jazmín a cuestas, e intentando no romper nada. Estaba mojado.

James se apresuró como pudo, y cerro las rejas, luego las ventanas, para acto seguido, dirigirse rápido hacia el baño, en busca de una toalla. Matt continuaba sentado en el suelo, observando de una forma extraña la planta, que ahora estaba sin ningún pétalo, y de los pocos que había poseído, se encontraban dispersos sobre el suelo, rodeándolos. Como si ellos fueran una especie de ser mágico. Ignoró sus pensamientos, y se arrodilló a su lado, e intentó secarlo, pero las manos del muchacho, que ahora estaban heladas, rodearon sus muñecas, sosteniéndolo. Deseaba su atención, y era lo que estaba consiguiendo.

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