Diez

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Todas las personas de este mundo tienen un equipaje que llevar a cuestas, algunos más pesados que otros, pero no había nadie libre de carga. Taehyung, por supuesto, no era la excepción. A veces, él se imaginaba a sí mismo arrastrando varias maletas de distintos tamaños de las que colgaba una etiqueta con el nombre de algunos de sus miedos. El miedo a las alturas era una maleta pequeña que no pesaba casi nada. La dificultad para hablar que arrastraba desde niño y que había menguando con los años se sentía en ocasiones más pesadas que en otras. Pero sin duda alguna, el más pesado de todos que, en ocasiones hacía que le dolieran las extremidades, era el miedo a la pérdida, calificado como tal por el mismo Taehyung a los diecisiete años.

Cuando Taehyung tenía diecinueve años su padre decidió marcharse. Lo había dejado en una casa vacía, donde antaño vivió su amada abuela, trabajando en un lugar que no le gustaba y llevándose con él todos los recuerdos de una madre que Taehyung nunca tuvo. Pero él no lo había abandonado, no, solo se había ido de viaje por poco tiempo. Siempre volvía, puede que tres días más tarde de lo prometido, quizá un mes después de la fecha establecida, pero siempre volvía, hasta que un día ya no lo hizo. Actualmente Taehyung llevaba dos años sin ver a su padre.

Pero estaba bien para él, de verdad que lo estaba, porque Minseok le había dedicado toda su vida a Taehyung, porque nunca se había permitido derrumbarse después de perder a su mujer, porque siempre se encargó de ser la persona a la que su hijo podría recurrir bajo cualquier situación. Porque espantó sus pesadillas, curó sus heridas, besó sus raspones y secó sus lágrimas siempre con una sonrisa.

Extrañar no era el sentimiento exacto que le provocaba a Taehyung la ausencia de su padre. En ciertas ocasiones simplemente se le olvidaba que no estaba, sentía que escuchaba su voz cuando llenaba la manta del sofá de migas de cereales, reprendiéndole siempre con ese tono conciliador suyo que nunca dejaba atrás. Entonces una voz traicionera en su mente le recordaba que estaba solo y una vacío le impactaba el pecho por una fracción de segundo.

Las postales que le enviaba su padre cada cierto tiempo estaban todas colgadas del librero del salón, haciendo un bonito arcoíris de colores de todas partes del mundo. Taehyung nunca fue de leer, pero Jimin siempre le leía algo cuando se quedaba a dormir, y a Taehyung le gustaba su voz.

Conocer a Jimin fue totalmente inesperado y a la vez lo más lógico que a Taehyung le hubiera pasado nunca.

Tenía once años y todavía tartamudeaba. Su abuela le hacía repetir día y noche trabalenguas para mejorar la dicción y en las noches, después de la cena, leía en voz alta varias páginas del libro que ella eligiera. Un día fueron a una librería a comprar tres libros nuevos más para agrandar la pequeña colección de Taehyung y el niño vio un calendario que vendían con muchas pegatinas para señalar las fechas importantes. No lo pidió, pero su abuela lo vio observarlo con ojitos brillantes así que lo compró y la sonrisa rectangular de su nieto fue todo lo que necesitó como recompensa.

El calendario decoraba una de las paredes color crema de la habitación de Taehyung al día siguiente y solo pasó una semana para que el niño marcara en el objeto el día que se quedaría marcando en su memoria, menos escandalosamente que en el calendario, pero no menos firme.

El catorce de febrero, Taehyung tenía la teoría de que todos los eventos importantes pasaban en una fecha señalada para que el ser humano fuera capaz de recordarlos, conoció a Park Jimin.

Taehyung había estado caminando directo a la escuela con la cabeza gacha mientras repetía en voz alta uno de los tantos trabalenguas que su mente había memorizado. Se trababa, tartamudeaba, chasqueaba la lengua con molestia y vuelta a empezar. Y cuando parecía que por fin terminaría sin interrupciones un trabalenguas completo, un torpe niño más bajito que él chocó contra su cuerpo.

Taehyung ni siquiera pudo molestarse con él cuando lo observó despatarrado en el suelo con el pantalón manchado por el polvo del camino y una sonrisa burlesca bailando en sus labios, como si estuviera acostumbrado a reírse de sí mismo.

Jimin se había levantado señalado sus uniformes y con una voz escandalosa remarcó el hecho de que ambos iban al mismo colegio. Taehyung era el niño que le gustaba quedarse hasta tarde para ver practicar al coro escolar pero que nunca se les atrevía a unírselos y Jimin era el niño bajito que quería bailar pero era peligroso para su salud. Encajaron perfectamente.

Jimin había comenzado a repetir todos los días los trabalenguas de Taehyung de camino al colegio, señalándole a Taehyung voz suave y una sonrisa las veces que se equivocaba y ayudándolo a comenzar desde el principio. A los quince años su tartamudeo se había ido de forma completa, volviendo solo cuando estaba extremadamente nervioso y no podía pensar con claridad.

Jimin había estado ahí cuando su abuela fue puesta en una residencia cuando casi no podía caminar y su padre trabajaba más que nunca. Había estado ahí con él cuando la visitaba todos los días. Había estado ahí cuando su padre no volvió después de su viaje a Alemania. Había estado ahí cuando Taehyung decidió dejar su trabajo de custodio y decidió dedicarse a la fotografía. No había un solo recuerdo donde Jimin no estuviera por eso a Taehyung en ocasiones le aterraba perderlo más que a cualquier persona, pero luego veía a su amigo aferrarse a su mano con la misma fuerza que él lo hacía a la suya y todos sus temores parecían inusitados.

Pero Taehyung también se había encargado de estar ahí.

Estuvo ahí mientras Jimin lloraba por no poder dedicarse al baile, lo único que verdaderamente lo apasionaba. Estuvo ahí cuando una noche en su casa empezó a tener complicaciones para respirar y tuvo que correr con él al médico. Jimin había sufrido influenza de niño, dejándolo con complejos problemas respiratorios que podrían empeorar al menor esfuerzo físico. Taehyung se había asustado tanto que había llegado al hospital descalzo y con una camiseta manchada de salsa. Llroró de alivio cuando el médico le dijo que sólo era una sinusitis, pero que había hecho bien en llevarlo porque podría empeorar.

Ese día se prometió que iba a cuidar de Jimin todos los días de su vida. No quería volver a sentir la impotencia de no ser capaz de hacer nada.

Taehyung de vez en cuando lo veía bailar, con movimientos lentos y pausados al compás de la sonata de su madre. Se veía tan magnífico, tan completo, que era una completa jugarreta del destino que no pudiera dedicarse a ello. Taehyung lo capturó con su lente infinidad de veces para hacerlo sentir infinito, su momento duraba para siempre. En ocasiones sorprendía a Jimin mirando las fotografías con anhelo, pero la sonrisa socarrona siempre bailaba en sus labios, porque él no tenía otra forma de enfrentar al mundo que no fuera con su mejor sonrisa.

Colgados de la estantería de los libros que le había comprado su abuela estaban las postales coloridas que mandaba su padre, las fotos de Jimin bailando, siempre en puntillas de pies y nunca mirando a la cámara. Y aquella página de febrero con millones de pegatinas en el número catorce dibujado con un marcador de brillos.

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⏰ Última actualización: Jun 11, 2021 ⏰

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Sonata Para Una Tristeza [Taekook]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora