T R E S

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T R E S (R)ENCUENTRO.

No Time To Die - Billie Eillish.

El gran espacio lleno de tonos cálidos y de ambiente caliente—el cual ninguno de los presentes sentía— estaba vacío, para como se había visto en otras ocasiones. Solo lo llenaban el hombre y la mujer, sentados al frente, y dos filas de servidores.

Servidores que estaban inquietos, y que sin poder contenerse hablaban sin parar.

Las voces retumbaban y hacían eco, casi todos hablaban escandalizados. Ninguno sabía para que se había convocado la reunión.

—Venga, ¡callaos!—gritó el imponente y grande hombre pelinegro sentado en aquella silla frente a todos.

El silencio fue repentino. Cualquiera podía tirar un alfiler al suelo y resonaría como un rayo.

Hablando de rayos... El joven chico más destacado de su división estaba allí sentado, en medio de la primera fila. Había permanecido en esa silla callado, sin inmutarse. Su espalda recta, su expresión seria. Solo un valiente se atrevería a hablarle a tal superior. Y solo un demente a molestarlo.

—Os he reunido hoy aquí por una situación realmente importante. Es extremadamente confidencial, como alguien de la comunidad llegue a enterarse despídanse de sus vidas, de todos los tipos de vida.

A tal grado de silencio, el muchacho incluso pudo escuchar como su compañero de al lado tragaba saliva muy disimuladamente.

El superior siguió hablando:

—Como os enterasteis en la reunión pasada, ya ha llegado a la tierra. Ha sido devuelta—dijo e hizo una pausa para pensar bien como decir lo siguiente—. He estado pensando... y sé que necesito a uno de ustedes en la tierra para vigilarla, cuidarla... y todas esas cosas. No sabemos que tan bien se adapte ni con que se pueda encontrar; así que necesita ser alguien fuerte en todos los sentidos.

Los jóvenes se miraron entre ellos. Todos expectantes, ahora emocionados. «¿Iré a ser yo el elegido?» se preguntaban en su mente.

Todos... menos el chico del que te he venido hablando. El permanecía impasible. Desvió la mirada del hombre a su frente, pensativo.

—¿Quien se considera con los cojones de aceptar este riesgo, y a la vez este honor?—preguntó el hombre con una sonrisa indescifrable.

Dos chicos se levantaron al mismo tiempo, temblorosos, dudosos.

—¡Yo, señor! ¡Acepto la misión!—exclamó uno mientras que el otro lo miraba con impotencia, volviéndose a sentar.

Estallaron nuevamente los murmullos entre los pocos servidores.

El hombre rodó los ojos y gritó nuevamente:

—¡Silencio! Y, chico, no hacía falta que gritaras. Que estamos a algunos pasos de distancia—le dijo burlón y formó una sonrisa de medio lado con esa maquiavélica y ancha boca.

El joven bajó la mirada y se sentó.

—Yo lo haré, mi señor—dijo otro, levantándose con firmeza.

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