Comienzos

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Se levantó de la mesa y comenzó a apilar los pocos platos y cubiertos que habían utilizado para dejarlos en el fregadero, ya se encargaría después. Detrás de ella, la pequeña caminaba despacio, con la mirada fija en los dos vasos que había logrado agarrar, intentando no derramar ni una gota del agua que no se habían bebido.

— Date prisa bebé, que papá está a punto de llegar. — rio Samantha.

Brisa se puso de puntillas para dejar los vasos en la encimera y sonrió a su madre levantando las cejas, pidiendo algún tipo de comentario respecto a su pequeño logro.

— No se te ha caído nada de nada. — dijo mientras levantaba la mano para que la niña chocara.

— ¡Pues claro que no! — soltó con chulería mientras respondía al gesto chocando lo más fuerte que pudo.

Corrió a por sus zapatos y mientras se sentaba en el suelo para ponérselos, ella sola por supuesto, se escuchó el telefonillo sonar.

— ¡Abro! — dijo Samantha mientras pulsaba el botón que desbloquea la puerta del portal.

Flavio subió las escaleras de dos en dos y cuando llegó al rellano la puerta pareció abrirse por arte de magia, pues no se veía a quién había detrás. Una cabecita rubia se asomó por el borde.

— ¡Papá! — gritó emocionada y corriendo hacia él con los brazos abiertos.

— Hola mi vida. — la levantó del suelo envolviéndola en sus brazos y respirando su olor a Nenuco.

Entró al piso con la niña en brazos todavía y vio a la rubia salir apresurada de uno de los dormitorios.

— Creo que no me olvida nada. — dijo tendiéndole una mochila color rosa con un hada bordada en el bolsillo delantero

— Hola. — rio Flavio.

— Hola. — Samantha puso los ojos en blanco y sonrió tímidamente.

Se mantuvieron la mirada unos segundos hasta que ella la apartó mirando al suelo.

— Van dos pijamas por si acaso se mancha uno. —

— Yo no me mancho. — interrumpió Brisa haciéndoles reír a ambos.

— Pues nos vamos entonces, que veo que tienes prisa. —

Flavio se había acostumbrado hace bastante al trato distante de Samantha, que siempre evitaba compartir con él más tiempo del estrictamente necesario.

— Mi turno empieza a las cuatro Flavio, ya lo sabes. — suspiró — Ponte la chaqueta anda, que todavía no hace como para ir en manga corta — Alcanzó la prenda que colgaba del perchero y Flavio dejó a la niña en el suelo para que se la pusiera.

— Te voy a echar mucho de menos. — le dijo mientras la ayudaba a abrocharse

— Yo también mamá. ¿Por qué no vienes con nosotros? —

No era la primera vez que les sugería a sus padres pasar tiempo juntos, y no lo hacía en base a algún plan rebuscado con el objetivo de que volvieran a enamorarse, como hacen los niños en las películas. Ella simplemente idolatraba a sus dos progenitores, para ella eran las personas más mágicas que conocía, cada cosa que hacía con ellos le parecía el mejor plan del mundo y eso que, teniendo en cuenta que la situación económica de ambos era bastante ajustada, no solía ser nada espectacular, pero tenían la suficiente imaginación como para sorprender a una niña de casi 3 años. Brisa no entendía porque uno de ellos se lo perdía siempre, si fuesen los tres sería el doble de divertido.

Puede que no sea tan complicadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora