Un fin de semana juntos

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— ¡Otra vez! — exclamó Brisa.

— ¿Otra? Pero si ya lo hemos leído tres veces.

Como cada viernes en el que Flavio recogía a su hija, habían pasado por la pequeña librería situada frente al portal del murciano. Se trataba de un local muy estrecho, ni siquiera tenía escaparate y era bastante antigua, pero sin embargo, a la pequeña le encantaba visitarlo.

A Manuela, la dueña de la tienda, le brillaban los ojos cada vez que la veía entrar. Y es que, a pesar de tener 2 años, casi 3, como puntualizaba ella siempre, y no saber leer todavía, Brisa era una apasionada de la literatura. Le encantaba que le leyesen cuentos o cualquier tipo de texto, que, debido a su corta edad, a ella le resultaba indescifrable. Llegaba a resultar pesado el constante "¿que pone aquí? ¿Y ahí?". Eran tantas las veces que lo preguntaba, que había memorizado algunas de las palabras que se podían leer escritas en los comercios con los que se cruzaba en sus rutas más habituales: de casa de mamá a la de papá, hasta la Escuela Infantil, a casa de Eva... incluso sabía decir que estaban a punto de llegar a Beniarrés, cuando pasaban el cartel que así lo señalizaba.

Por todo esto Manuela siempre decía que era su mejor clienta, la mujer la mimaba como si fuese su propia nieta. Estaba dispuesta a responder todas y cada una de las preguntas que la curiosa niña tenía. Y es que, al igual que su padre, Brisa tenía el don de la escucha. Al contrario que la mayoría de los niños de su edad, no solía armar jaleo pidiendo la atención de los adultos, sino que prefería observar y escuchar lo que estos tenían que decir. A veces, cuando los mayores habían terminado, ella soltaba su rotunda opinión, pero esto no era algo que ocurriese siempre, antes tenías que ganarte su confianza.

Tanto la quería Manuela y tanto confiaba en su madurez, que siempre que visitaba la tienda, dejaba que se llevase un cuento prestado. Sabía que Brisa lo trataría con sumo cariño, y que el domingo por la tarde, antes de volver a casa de su madre, lo dejaría en el buzón de la entrada, habiéndoselo aprendido de memoria.

Flavio no pudo resistirse al puchero de su hija, y leyó el cuento una cuarta vez. Con la diferencia de que esta vez, al terminar, la pequeña no dijo nada, pues se había quedado dormida. Se incorporó con cuidado de no despertarla y la arropó besándole la frente, apagó la luz y salió entornando la puerta.

No tardaría en acostarse, él también estaba cansado, solo el viernes había hecho un total de 9 viajes en metro, era el día que más clases tenía.

Cuando con 18 años decidió dejar su Murcia natal para venir a estudiar a la capital, se propuso intentar conseguir algo de independencia económica lo antes posible. Sus padres estaban dispuestos a pagarle por lo menos el primer año de residencia, con la condición de que estudiase. Pero no quería depender de ellos eternamente, había sido decisión suya estudiar en otra ciudad y no tenía pensado volver a casa de mamá cuando se graduase.

Así que aquel septiembre se lo pasó recorriendo colegios. Esperaba a la hora que marcaba el final de la jornada escolar, para adentrarse en las aglomeraciones de padres que esperaban a que sus hijos salieran, y repartir panfletos anunciándose como profesor de piano.
El primer año no tuvo más de tres alumnos, pero cuando pasó a segundo el teléfono comenzó a sonar más veces. Y gracias al boca a boca típico de los centros escolares, su lista de interesados creció lo suficiente como para poder pagarse el alquiler de una habitación en un piso de estudiantes.

Si había algo que Flavio tenía, era talento con el piano. Eso y una paciencia infinita, clave si quieres dedicarte a la enseñanza. No es de extrañar entonces, que su objetivo profesional fuese ser profesor de piano. A día de hoy seguía con sus clases a domicilio, aunque ya estaba tan solicitado que había tenido que hacer malabares para poder cuadrar horarios, sobre todo este año, que por fin habían convocado oposiciones y tenía que reservar algo de tiempo para estudiar.

Puede que no sea tan complicadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora