Un sol y una luna

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Si Flavio hubiese tardado unos segundos más en abrir la puerta, la hubiese tirado abajo.

Desde que colgó la llamada con el murciano, había intentado calmarse de mil maneras, hizo respiraciones, se visualizó en una playa paradisíaca, contó todos y cada uno de los escalones que subió para salir del metro... Pero hasta que no llegó y la vio hecha una bolita en la cama, no se le fue el nudo del pecho.

— ¿Lleva dormida desde que hablamos?

— Si, llegamos a casa a la una o así, no tenía mucho apetito, pero comió lo suficiente para poder tomar la medicina y se quedó dormida casi al momento.

Pensaron que dejarla seguir durmiendo, era lo que mas la curaba en ese momento, así que eso hicieron. Tampoco era para tanto pasar un rato juntos...

— ¿Te apetece tomar algo?

— No gracias, yo tampoco tengo mucha hambre... — se dejó caer en el sofá y soltó un suspiro.— ¿Trabajas esta tarde?

— Tengo una clase a las seis, pero puedes quedarte aquí mientras, no hay ningún problema.

Era una tontería andar moviendo a la niña de casa en casa tal y como estaba, así que a la rubia le pareció bien.

— ¿Estabas estudiando? — preguntó al ver que se sentaba en la butaca del piano. — Tu sigue eh, yo me quedo aquí tranquilita.

A Flavio le entró la risa, sabía por experiencia lo difícil que iba a ser eso. La valenciana llevaba un día movidito, casi que se podía ver el humo saliéndole de las orejas, por pensar en demasiadas cosas. La seguía conociendo como nadie, y sabía que la mejor opción en esos casos era distraerla, así que optó por darle conversación.

— ¿Sabes con quién es la clase?

— ¿Como voy a saber eso Flavio?

— Con Sara.

— ¡Ostras! ¿Sigues dándole clase a Sara? ¿Cuántos años tiene ya?

Sara era una de la primeras alumnas que tuvo el murciano. Cuando la conoció era una niña de cinco años, muy habladora, excesivamente preguntona, solía decir Samantha. Si por algo recordaba la rubia a aquella niña, era por las miradas amenazantes que le había dedicado las pocas veces que coincidieron.

Casi ocho años después, aquella niña era ya adolescente, y por supuesto, el pavo típico de esa edad, la hacía muchísimo más vergonzosa de lo que era de pequeña.

— Creo que ya tiene los 13, está en el instituto.

— ¿Te sigue pidiendo que seas su novio?

— Pues la verdad es que no... se ve que ya no soy su tipo — fingió un sollozo que hizo reír a la valenciana.

— Ella se lo pierde.

Se escuchó a sí misma diciendo eso y entro en pánico, juraría que solo lo había pensado. Flavio se sorprendió tanto como ella, se vino arriba, no podía negarlo, pero al ver la cara de susto de la rubia, decidió llevar la celebración por dentro y cambiar de tema.

A las cinco y media el murciano se marchó, y ella decidió comprobar cómo estaba Brisa, y darla otra toma de Dalsy.

Se sentó en el borde de la cama y acarició a la niña con cuidado, apartando el pelo que le caía sobre la frente, notó que tenía algo de calor.

Muy despacio, Brisa abrió los ojos, parecía que le pesaban los párpados. Pero en cuanto vio a su madre, le dedicó tal sonrisa, que Samantha sintió que se le iba a salir el corazón del pecho.

Puede que no sea tan complicadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora