Capítulo 2

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NdA: muchas gracias por la acogida ;; Al final el fic tendrá tres capítulos en total. Subiré el último en unos días nun

Por cierto, he cometido algún que otro anacronismo (como el uso de Line en la época de los acontecimientos), pero ya no hay vuelta atrás: que el circo brille en todo su esplendor (?)

Por cierto, he cometido algún que otro anacronismo (como el uso de Line en la época de los acontecimientos), pero ya no hay vuelta atrás: que el circo brille en todo su esplendor (?)

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Mientras aguarda a que la dependienta le devuelva el cambio, Draken le echa un vistazo al local. Se apoya en un taburete alto, aunque no lo bastante como para obligarlo a darse impulso con un pie y a aferrarse al borde de la barra, como tiene que hacer Mikey cada vez que quiere sentarse y no hay sillas normales disponibles. Sonríe con un deje de malicia al pensar en cuánto los detesta. Procura evitarlos siempre que puede, y Draken reconoce que en parte es culpa suya. No puede reprimir la miradita de superioridad al hacer algo tan sencillo como bajar ligeramente la cadera mientras Mikey intenta imprimirle fluidez a la pequeña escalada que debe hacer para tomar asiento.

Draken lo vigila por el rabillo del ojo. Se ha aovillado en el sillón más mullido que ha encontrado, en el rincón más alejado de la entrada, esperando pacientemente frente a su gofre con helado de vainilla. Con cara de no haber roto un plato en su vida. Normalmente empieza a comer sin él, pero hoy se contiene porque Draken ha pagado, y poner en práctica los modales que debería tener en la mesa es su forma de demostrar agradecimiento.

Pese a que el parfait de chocolate que Draken ha pedido está solo a dos palmos del gofre de Mikey, a que quitarle los ojos de encima un segundo podría acarrear una pérdida irreparable, Draken lo hace. Sabe cuándo puede fiarse de su autocontrol. Le ha visto perderlo varias veces. Los hombros se le elevan unos cuantos centímetros y sus ojos se quedan vacíos, como si se le hubiera salido el alma por la boca y hubiese dejado atrás un cascarón vacío.

En ese momento, sin embargo, está tranquilo. Contento. Hay que prestar un poco de atención al detalle para darse cuenta; la manera perezosa que tiene de pisarse un pie con el otro bajo la mesa, el balanceo casi imperceptible de la parte superior del cuerpo mientras contempla su gofre con una avidez sigilosa.

En ocasiones como esa, de forma súbita, Draken adquiere plena conciencia de cuánto lo quiere.

Lo quiere tanto que la idea de que le hagan daño le resulta difícil de soportar.

Mikey es fuerte. Tiene un aguante inhumano. Puede resistir de pie golpes que tumbarían a un león, puede asestarlos, pero debajo de esa fachada invicta hay una superficie blanda, hay carne y sangre y un equilibrio frágil que se hace pedazos cuando ve sufrir (cuando ve morir) a alguien que le importa. Draken tiene que convivir con la posibilidad de que algún desgraciado eche a perder ese equilibrio cada día, cada hora. Cada segundo. Y lo hace. Esa es la senda que ambos han elegido, después de todo, pero a veces piensa que solo tienen quince años, demasiadas aspiraciones y, con suerte, toda una vida por delante. Hay tiempo de sobra para que las cosas se tuerzan una y otra vez, para que el mundo que conocen dé una vuelta de campana. Para que el peso enorme con el que Mikey lidia siendo tan joven (ese peso que no hace más que aumentar) lo hunda hasta el cuello en arenas movedizas. Por más que Mikey se apoye en él, por mucho que Draken siempre esté dispuesto a dar un salto al frente para interceptar la bala o el cuchillo o la daga, lo que sea con tal de que no llegue hasta su corazón, hay lutos, responsabilidades que no pueden repartirse entre ambos de manera ecuánime.

Modus operandi (Draken/Mikey)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora