XXIII. Sombras

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Lo viste ahí, estático, simplemente dejándose guiar por sus pensamientos absurdos. Tu deseo incrementó. Necesitabas quitarle un poco más de cordura, sólo un poco. Necesitabas verlo gritar y llorar hacia la supuesta nada. Era una oportunidad perfecta.

Tu sonrisa se extendía ante cada idea que te llegaba a la mente. ¿Deberías de seguir enloqueciéndolo ante la idea que había muerto? No, ya tenías suficiente con ello. Sus ojos de mar cada vez iban siendo absorbidos por ti, sólo faltaría una buena ajetreada y lo tendrías todo a tus pies.

Aquellos girasoles eran los que más te jodían el trabajo. Podrías continuar si tan sólo estuvieran quienes cuidaban de él, sin embargo, esas malditas venas doradas te impedían terminar lo que querías hacer.

Tu sed de cordura iba en aumento cada vez más. Te fascinaba verlo llegar de ese cementerio temporal llamado hospital. Cada noche te encargabas de hacerlo sangrar sin importar qué, cada tarde bebías de su desolación y cada mañana disfrutabas de su desgarro.

Después de lamerte los labios en una manera hambrienta, decidiste comenzar el juego. Primero lo hiciste escuchar pasos por detrás de él, luego añadiste la sensación de que alguien estaba detrás. Tu afán por su sufrimiento apenas comenzaba a ser saciado, tu anhelo por más aumentaba.

Cuando él estuvo en danza con la ansiedad, aumentaste los sonidos a susurros que ascendían a gritos y luego descendían nuevamente a musitos, no había espacio para darse un respiro o para llegar a acostumbrar el oído.

No tuviste suficiente con aquello, quisiste intensificar más. Agudizaste sus sensaciones, ahora lo hacías creer que había un peso disminuyendo y creciendo conforme pasaban los segundos. Los gritos de él comenzaban a escucharse, era toda una melodía para ti. Una melodía con sabor dulzón.

Quisiste aportar algo por tu gran generosidad, por lo que comenzaste a reír. Tus risas lo fastidiaban y a ti te encantaba. Lo veías pasearse por toda la habitación, tirando cosas mientras caminaba. Las lágrimas ya no estaban, habían sido sustituidas por heridas que se hacía a sí mismo. Rasguños, golpes, raspones que respondían a los lamentos espetados. Se sentían como hierro caliente calcinándolo.

Los aturdimientos no eran algo más que música para ti. La sangre que era derramada de su piel como si fuesen gotas resbaladizas de una ventana, acompañaba la deliciosa armonía que ibas construyendo. Hasta que esos malditos girasoles despertaron.

Las venas doradas te comenzaron a inmovilizar, las palabras que ibas diciendo para fastidiarlo pronto eran calladas por esos estúpidos hilos que cosían tu boca. Las estrellas se encendieron y tú comenzaste a ser penetrado por el dolor, sin embargo, seguías disfrutando de la maravilla de festival.

Antes de ser hecho polvo, sonreíste y atacaste al florero. El sonido del cristal rompiéndose hizo eco por la habitación, pronto escuchaste los sonidos desesperados de Louis, agarraba inútilmente los fragmentos de vidrio que habían caído. El ramo de flores estaba tirado en el frío suelo, verlas ahí lo quemaban.

No importa donde se escondiera, siempre vas a poder oler el aroma de los cobardes. No podía esconderse.

Los estúpidos de sus cuidadores entraron, al ver a Louis arrodillado frente a las flores, con los brazos pálidos sangrantes, se intentaron acercar para ofrecerle ayuda, pero en ese instante Louis se volvió una fiera. Tú reíste mientras desaparecías entre las penumbras de las paredes.

Felicité fue corriendo de inmediato a la cocina en busca de otro florero, ella sabía que su hermano no se calmaría hasta que cuidara de las flores. Escuchaba los gritos de arriba, Lottie quería subir, mas su hermana se lo impedía, de igual forma ella se mantuvo firme y ambas subieron.

(When The Day) Met The NightDonde viven las historias. Descúbrelo ahora