Prólogo.

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—¿Quieren escuchar una historia?

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—¿Quieren escuchar una historia?

Los mellizos, que estaban correteando en medio del bosque con los otros niños, se detuvieron ante las palabras de su madre. Sus ojos se posaron en ella, brillando con curiosidad. Parecía que estaban pensándolo, considerando que era más tentador. ¿Jugar con los lobos o escuchar la tentadora historia de su madre?

La niña, la más pequeña y curiosa de todos, fue la primera en sentarse en un tronco cerca de la fogata que iluminaba los rostros de todos los presentes. En segundos, los demás la siguieron con naturalidad, provocando que la hermosa mujer riera por lo bajo.

La manada era unida y siempre celebraban con fogatas en las festividades. Conmemorar a la diosa luna, la madre de todas las criaturas fantásticas, era un ritual importante. El fuego crepitaba, mientras los ruidos de la noche se hicieron presentes con el silencio que llegó, todos a la espera de que la hermosa mujer que se sentaba en el centro de la fogata comenzara a hablar con su tierna y melodiosa voz.

—¿Qué historia? —preguntó otro de los niños de la manada.

Al poco tiempo, todos estuvieron sentados y mirándola atentamente. Incluso los adultos se unieron, tentados por la promesa de una historia interesante. La Luna de la manada era incluso más respetada que el alfa en algunas ocasiones y esta era una de ellas.

—Hace muchos años —comenzó con una voz suave. El lugar se inundó ante su armoniosa voz, llamando la atención de todos y cautivándolos al instante—. Cuando la tierra aún estaba desprovista de vida humana, cuando las estrellas apenas estaban naciendo, existió una diosa.

—¿Diosa? —exclamó el mellizo, acercándose más a su madre.

Sus dos hijos eran tan parecidos y a la vez tan diferentes. La mujer los miró, con el amor siendo evidente en su mirada. Todo aquel que los viera tendría la certeza de que la luna de la manada amaba a sus hijos.

—Así es. La diosa luna —sonrió ante el entusiasmo—. Piel blanca como la nieve y cabello negro como la noche. Sus ojos contenían la galaxia entera y la leyenda dice que su voz era la armonía más hermosa jamás existente. La diosa luna exploraba la tierra, disfrutaba pasar el tiempo con los animales y jugar con el viento. Fue así como se encontró con el Dios sol.

—¿Existe el Dios sol?

A la luna de la manada no le sorprendía que le interrumpieran su relato. Así eran sus mellizos, sus pequeños niños. Sobre todo, la chiquilla acostumbraba a interrumpirla para inundarla con preguntas. Sonrió con dulzura, acariciando su cabello.

—Por supuesto.

—¿Y qué pasó entonces? —apresuró la pequeña.

—Se conocieron en una pradera, una llena de luz y magia —continuó su relato, paseando la mirada entre todos los habitantes de la manada—. Muchos lo llaman amor a primera vista. Yo lo llamo destino.

La maldición de la lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora