—Estoy bien —murmuró al instante, intentando calmarme.
Los latidos erráticos de mi corazón no cesaron. Sobre todo, porque podía sentir su dolor como si fuera mío.
La magia oscura no le hacía daño.
Pero podía herirlo indirectamente. Me acerqué en tiempo récord hasta él. No sabía si mis pies fueron los responsables o sí de nuevo me había teletransportado inconscientemente, pero apenas estuve a su lado, sentí las lágrimas quemar en mis ojos. Tomé su rostro entre sus manos, llorando amargamente al sentir su dolor.
La sangre corría por un lado de su cara. Y aunque él trataba de fingir normalidad, noté que se encontraba mareado, sus ojos vagando por lo que antes era una sala armoniosa.
La casa se estaba derrumbando a nuestro alrededor, pero no temí.
Mi prioridad era el bienestar de Nathan. Luego me lamentaría por haber destruido mi hogar.
—Perdóname, Perdóname.
—Estoy bien, conejita —habló con suavidad.
—¡No! Lo siento, lo siento.
Las lágrimas corrían por mi rostro a la vez que la sangre corría por el suyo. Intenté, con dedos temblorosos, sanar su herida con magia. Él notó lo que estaba haciendo, intentando apartarse, pero ya era tarde. Con el mayor control que podía tener, cerré su herida cuidadosamente. La magia oscura se veía entre mis dedos, pero sonreí un poco al ver que sanaba a la perfección.
Nathan parecía sorprendido. Era la primera vez que podía usar la magia oscura y, además, lo había hecho bien. O al menos eso creí hasta que sentí el desgarro de uno de mis órganos cuando la magia oscura decidió atacarme internamente.
Él me miró con pánico, justo antes de elevarme entre sus brazos. Sus heridas habían sanado a la perfección, pero ahora podía percibir las consecuencias de usar la magia oscura.
Me sentía segura ahí, acurrucada junto a él, como si nadie pudiera hacerme daño. Como si la oscuridad no existiera. Como si no importara que ahora no era capaz de usar magia, porque él estaba allí para salvarme.
Pero yo sabía que eso era imposible. Incluso si Nathan intentaba protegerme, nunca podría hacerlo de mí misma.
Mi llanto no cesó, el dolor no se contuvo, incluso cuando lo noté correr conmigo a cuestas por el bosque. Susurraba cálidas palabras de apoyo, consolándome mientras intentaba llegar junto a Elliot. Sabía que sería más rápido si se convertía en lobo, pero no me encontraba en condiciones de montarme en su lobo sin caerme en el proceso.
—Tranquila, Elle.
Lloré un poco más al escucharlo. Él intentaba consolarme, calmar los latidos erráticos de mi corazón que él mismo podía notar.
Y es que el collar con la protección de la diosa luna podría sanar mis heridas, pero no cuando me encontraba tan alterada.
Primero necesitaba calmar la magia oscura. Y aunque yo la contenía dentro de mi cuerpo, eso no significaba que no hiciera estragos en mí.
—¡Elliot! —gritó con desesperación.
—Respira —me recordó.
Al instante una ola de dolor me recorrió entera. Nathan me apretó más contra él, mientras llegaba a la cabaña de Elliot. Lo suficientemente cerca para estar a la mano en caso de emergencia. Lo suficientemente lejos para no correr peligros con la magia oscura.
No era buena idea recurrir a él, pero no parecía haber otra opción.
—¿Qué sucedió? —preguntó apenas nate cruzó la puerta con una patada.
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La maldición de la luna
FantasyALERTA DE SPOILER, NO LEER SI NO HAS LEÍDO ANTES LOS SACRIFICIOS DE LA LUNA, ESTA ES LA SEGUNDA PARTE. Crecí rodeada de hombres lobos, sin saber que era uno de ellos. Siempre sentí que pertenecía a este lugar, incluso cuando algunos estaban en cont...