Capítulo 1: Hogar, dulce hogar.

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—Tranquila, Eleanna. Estás bien.

Si, estaba bien. Mis pensamientos caóticos cayeron en esas palabras, intentando aferrarse a ellas, volverlas un mantra.

—Solo respira profundo.

Obedecí. Me concentré en mi respiración, en los sonidos a mi alrededor. Incluso son los ojos cerrados, podía percibir a las tres personas que me veían intensamente, esperando por mí.

—Controla tus sentimientos. Controla tus emociones. Contrólate.

Fácil de decir, difícil de aceptar. Respiré profundamente, intentando controlar la oscuridad que habitaba en mi corazón y que mandaba sobre mi magia. La bola de magia que mantenía sobre mis manos titubeó, pero no terminó explotando y creando hondas expansivas, lo cual ya era todo un éxito.

—Eso es, muy bien.

Sonreí al escucharlos. Me alentaban, apoyándome mientras intentaba utilizar la magia.

No era fácil.

Ni siquiera cuando era una bruja espejo me costó tanto usar mis poderes. Cada vez que intentaba usar la magia, terminaba creando un desastre. La magia oscura era cien veces más poderosa que la blanca.

¿Hacer levitar un libro con magia blanca? Pan comido.

¿Intentar levitar un libro como magia oscura? En el mejor de los casos, el libro terminaba explotando en mil pedazos.

—Sigue así, tú puedes.

—Vamos, Ellie.

Creí que lo había logrado, hasta que repentinamente sentí la pequeña bola de magia crecer y expandirse. Todos se protegieron, Nathan se escondió tras de Elliot, mientras mi abuelo levantaba un escudo. Grité cuando explotó, quizás por la sorpresa.

Quizás por la frustración.

Me dejé caer en el suelo, ensuciando mis pantalones blancos. Estaba agotada y enfadada. No podía lidiar con mis sentimientos, con la rabia que sentía cada vez que algo me salía mal.

Solo ahora era consciente de lo dichosa que fui. La magia era tan natural como respirar para un brujo. Aprender a usarla era como aprender a caminar.

Y ahora yo no era una bruja, no como tal. Y tampoco era una loba.

¿Entonces qué era? Esa era la pregunta del millón.

—Bien hecho, conejita —Nathan apareció en mi campo de visión.

Tenía ojeras bajo sus ojos, incluso cuando los lobos no necesitaban dormir demasiado. Su cabello se despeinó durante la explosión, pero aun así mostraba una sonrisa.

Estaba agotado. Solía pasar las noches vigilándome, cuidando que mis poderes no se salieran de control mientras dormía.

Seis meses habían pasado. Seis meses en los que me costó levantarme de mi sitio, intentar tomar el control de mi vida. Los primeros días después de lo ocurrido en aquel prado eran una incógnita para mí. No tenía idea de qué había ocurrido, pues me la pasaba entra la inconsciencia y la realidad. No estaba segura de que era real y que no.

Estaba segura de que estuve tan cerca de la muerte, que aun me sorprendía encontrarme respirando.

No me acostumbraba a la ausencia de mi loba.

Lobos... ¿Qué eran los lobos y que representaban? Era algo difícil de responder, pero Toderick fue el primero en intentar conversar conmigo.

Los lobos no eran más que una simple guía espiritual, según sus palabras. Los lobos ayudaban al humano en su transición a lobo, cuidaban de ellos y aconsejaban cada vez que podían.

La maldición de la lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora